3x01-Todo por el oro- All for the gold
Warren Filton junto a Samuel Liverpool investigan una serie de asesinatos. Pronto verán que las víctimas son ladrones y que seguramente el motivo sea, el oro que robaron hace un tiempo. Mientras tanto, Edward se encarga de un suicidio, donde descubrirá que dicha arma con la que se disparó el fallecido, fue vendida al mercado negro.
Villa Rocosa es un pueblecito que está en el sur de Arizona, cerca de la frontera con Méjico. Proviene de un viejo asentamiento minero, hoy ya olvidado ya que sus habitantes viven de la ganadería y el comercio. El sheriff es elegido por votación popular También existía un cuerpo de alguaciles (marshals) encargado de ejecutar las disposiciones federales. El pueblo había crecido poco de un año a otro. A mediados de 1872 se habían construido unos cuantos ranchos y otros habían sido abandonados. La gente se fue yendo y viniendo de aquel lugar: Unos jugando en los salooms, otros intentando ligarse a una dama. La tasa de criminalidad había disminuido, en cambio la de los robos y peleas, había uno cada dos por tres. El sheriff era el que ponía orden casi siempre en estas situaciones. En otras, era el mismísimo dueño que se defendía con su rifle para ahuyentar a los truhanes.
Era un atardecer de primavera. Warren Filton estaba sentado en una mecedora vieja, mirando con sus ojos verdes oscuros a la casa de su vecina difunta, Samantha Illinois. Recordando los buenos momentos que pasó con ella, las conversaciones que tenían, la bonita sonrisa que le echaba. Filton, el sheriff, fue el primero en enseñarle su morada. Ahí fue cuando ella se enamoró de él. Se lo confesó, pero este le rechazó. El pueblo entero sintió su muerte, en el colegio, pusieron una corona de flores con la foto de Samantha Illinois en el centro.
Warren estuvo acariciando su estrella dorada de la autoridad, un poco gastada ya, mientras recordaba el día que detuvo en Illinois, al criminal que asesinó a Samantha y a sus amigas, Antonio Romero. Jessica Flanders, era su nueva vecina ahora, y la que ocupaba la casa de la difunta Illinois. Jessica era de la misma altura que Juana, menuda, pelo largo pelirrojo, que se tocaba cada vez que estaba nerviosa, rostro agraciado. Fue una mano delgada y suave, la que hizo que volviese a la realidad. Era la de Juana, su criada.
-Disculpe sheriff, tiene visita.
-¿Quién es?-preguntó Filton, acariciándose su mentón barbudo.
-Soy yo, Jessica Flanders, su nueva vecina-contestó una joven pelirroja.
El sheriff barbudo se dio la vuelta y la saludó.
-Buenas señora Flanders, ¿le gusta su nueva casa?
-Jessica por favor, y si, solo llevo unos cuantos meses viviendo aquí. Sé que era de una buena persona y lo respeto. Por eso no he cambiado nada de lugar.
-Gracias. Samantha era una buena mujer y tenía una decoración que le gustaba a casi todo mundo-comentó Filton.
Juana lo afirmó con la cabeza.
-¿Me podéis ayudar a encontrar una floristería por esta zona?
-Hay uno cerca del saloom de Jack Lemond-respondió la sirvienta-si quieres cuando yo termine aquí, ¿te acompaño a la tienda?
Jessica aceptó.
-¿Tienes visita?-curioseó Filton.
-No, era para decorar la casa.
El sheriff y la sirvienta le acariciaron el hombro y se lo agradecieron, así la morada de la difunta Samantha Illinois tendría más vida. El atardecer era más lo más bonito que le pareció a Warren Filton en ese momento. El ingles se secó las lágrimas de su cara cuando un vecino se acercó a su establecimiento, comentándole.
-Sheriff, han encontrado un cuerpo a las afueras del pueblo.
-Voy para ya-respondió este mientras entraba a su casa.
Cogió su cartuchera, su revólver, colocándose la estrella de la autoridad en su camisa. Salió de la morada y se despidió de su nueva vecina Jessica y de Juana. Este se puso el sombrero mientras se dirigía a su caballo. Cabalgó con su vecino hasta las afuera de Villa Rocosa, pasándose primero por la oficina para decírselo a Edward Richard, su ayudante. Al ver que no estaba, siguió al vecino, dirigiéndose al escenario del crimen.
El pueblo había crecido poco en este último año: se abrió unos cuantos salooms cerca del de Jack Lemond, pero habían cerrado por falta de clientela.
El sheriff había adelgazado unos kilos desde el entierro de Samantha Illinois. Se había dejado barba y se había puesto más fornido, practicó la puntería para cuando tuviese que defenderse de algún enemigo.
El sol estaba a punto de meterse cuando el vecino y Warren Filton llegaron al desierto, que era el escenario del crimen. Allí estaban Samuel Liverpool, el otro ayudante de Warren, y José Sánchez, el doctor del pueblo, analizando el cuerpo sin vida de un joven grueso. Edward estaba hablando con los testigos que oyeron unas discusiones, antes del sonido disparo, mientras Samuel estaba al lado de la víctima, esperando a que el galeno terminase de analizar al difunto, este lo hacía lo más rápido posible, dado a que estaba anocheciendo. Warren se acercó a ellos y preguntó a José.
-¿Que ha pasado?
-Unos testigos oyeron una discusión, seguido de un disparo.-comentó Samuel, acariciándose su mostacho-Según las declaraciones, la víctima se llamaba Kevin.
El difunto bandolero tenía el revólver desenfundado, pelo largo rubio, al igual que su barba, ojos azul claro, nariz grande, y unos cuarenta años más o menos. El grueso hombre con vestimenta andrajosa murió de un disparo único en el corazón. El doctor se subió sus gafas de culo de botella, informando a los de la autoridad.
-El pistolero murió más o menos hará una media hora por un único balazo. Creo que por el agujero del balazo fue una Colt o una Smith & Wesson.
-A primera vista, fue un disparo en defensa propia. Samuel, ¿por qué discutía la víctima?
-Eso no lo oyeron-dijo Samuel sonriendo mientras miraba a Edward-a ver si él, consigue esa respuesta.
En ese momento oyeron las voces de varios rancheros que se acercaban a los de autoridad.
-¡Hay otro cuerpo!
Cuando se acercaron al sheriff y a su ayudante, los testigos le comentaron más tranquilos, estando frente a Warren y a Samuel.
- Se ha hallado otro cuerpo cerca de aquí.
-Bien-gritó Warren a Edward-¿Puedes echar un vistazo a un cuerpo sin vida que se han encontrado cerca de aquí?
El preguntado afirmó con la cabeza.
-Decirle a Edward donde lo habéis hallado.
-De acuerdo-contestó uno de los vecinos.
Los rancheros fueron hacía donde estaba Edward Richard, el otro ayudante, y le comentaron donde habían hallado el otro cuerpo sin vida.
Warren vio varias pisadas del animal, alejarse del escenario, pensó que serían varios asaltantes los presentes y uno de ellos, disparó a Kevin. No lejos de allí, Samuel halló unas monedas de oro. Cogió una y se lo enseñó al sheriff.
-¿Qué crees que paso?-preguntó Liverpool.
-Que la víctima podría haber sido un ladrón y uno de la banda, por las pisadas de animal que había cerca de Kevin, le mató por el oro seguramente. Pero no quiero dar nada por sentado hasta tener pruebas. Hagamos un dibujo de la víctima.
Ambos hombres se pusieron frente a Kevin, la víctima, sacaron un lápiz y varios lápices, dibujando al difunto. Tras eso, ayudaron al médico a cargar el cuerpo grueso al carromato. José Sánchez se montó en el carro mientras Warren le comentaba.
-Edward ha hallado otro cuerpo sin vida cerca de aquí-señalando el lugar por donde había ido su ayudante.
El galeno, ajustándose sus lentes, se fue hacía donde le dijo el sheriff.
*
Cerca del lugar donde murió ese Kevin, se hallaba Edward Richard junto a los hombres que había hallado el otro cuerpo desconocido sin vida. El desconocido bandolero era negro, de facciones grandes, pelo rapado y canoso, al igual que la barba de tres días que tenía, vestimenta elegante, fornido como un toro, espaldas anchas, más alto que Edward y con un único disparo en el corazón. El ayudante se percató de que el truhan tenía un anillo de compromiso. Pensó que posiblemente hubiera alguien que le pudiera decir quién era la víctima , y de donde venía.
No lejos de allí, se hallaba un carruaje aparcado en frente de un rancho. Dentro del carromato se hallaba una pareja que había sido golpeada por una banda de truhanes. El ayudante se acarició su pelo rapado canoso, que se cortó hace tiempo, mientras se acercaba donde estaba la pareja apaleada.
-Buenas noches señor y señora Remington-se presentó Edward Richard-¿qué les ha ocurrido?
Tanto la mujer como el hombre tenían la cara magullada, como otras partes de su cuerpo. Edward pensó que debió ser una paliza impresionante la que esos malhechores dieron a los Remington. Por eso, siguió con el interrogatorio.
-¿Y conocían a la víctima?
Ella contestó acariciándose su cara.
-Él fue el que nos defendió de su jefe Max.
-¿Max?
-Sí, parecía el cabecilla. Ese hombre y sus amigos mataron al conductor y su co-piloto, y nos iban a asesinar a nosotros también, sino llega a ser por el difunto miembro-señalando al hombre negro muerto que estaba cerca del carromato.
-¿Donde están el co-piloto y el piloto?-preguntó Edward.
-En el interior del carruaje. La banda los escondió antes de que nos fuese a ejecutar, pero ese bandolero nos salvó la vida.
-¿Y recuerdan si dijeron algún nombre?
-Sí, creo que la víctima bandolera se llamaba Keith, y el que le dio la orden para matarnos fue Max Patchett.
-Espere, ¿porque la banda quería matarles?
-El conductor y el co-piloto fueron testigos de otro crimen que ocurrió no lejos de aquí.
-Espere, ¿se está refiriendo al hombre que han matado cerca de aquí?
-Si era rubio, de constitución mediana y un poco grueso.
-Sí, ¿le conocían?
-No, pero vimos como ese Max Patchett le asesinaba también.
-Pero ¿por qué?
-No lo sabemos.
-¿Y qué ocurrió después?-preguntó Edward, acariciándose su pelo rapado canoso.
-Los bandoleros nos siguieron hasta aquí, mataron al conductor y al co-piloto, nos sacaron de dentro y nos obligaron a arrodillarnos. Mientras algunos de los del grupo, ocultaban los cadáveres, Max Patchett ordenó a ese Keith a ejecutarnos. El mandado se negó y Max le asesinó.
-¿Algo más?
-No.
-¿Podrían hacer un dibujo del asesino y de la otra víctima que vieron a Max matar?
-A la otra no la recordamos. Pero podemos hacérselo de Max Patchet.
-De acuerdo-comentó Edward mientras daba papel y lápiz a la pareja golpeada.
El ayudante halló pisadas de caballo, alejándose del cuerpo. También halló unas monedas de oro en su ropa. Pensó que ese Max, el jefe de la banda, mató a su socio por el oro. Volvió al carruaje, encendió el candelabro que tenía en su silla de montar, y fue hacía el carruaje, hallando los cuerpos sin vida del piloto y de su acompañante. Ambos tenían un balazo en el corazón. Esperó a que José Sánchez, el doctor, llegase, pidiendo a la pareja que esperase con él. Ellos aceptaron.
*
Mientras, Warren y Samuel volvieron a la oficina del sheriff, ambos disfrutaban de que hiciese fresco aquella noche, dado al calor que hizo la semana pasada. Colocaron distintos dibujos de Kevin, la víctima bandolera, en algunas paredes de distintos salooms.
Debajo del soportal, se hallaba un hombre sentado en los escalones. Tanto Warren como Samuel se sorprendieron del desconocido. El joven sentado tenía una expresión extraña, con ojos pequeños oscuros, pelo rubio un poco largo, vestimenta andrajosa, de unos treinta años más o menos. El extraño estaba silbando. Warren se presentó, preguntándole.
-¿Que hace aquí?, ¿le puedo ayudar en algo?
El interrogado dejó de hacer ruido y miró a los de la autoridad con interés. Ellos notaron algo raro en dicha mirada.
-¿Usted es el sheriff del pueblo, no?-señalando a la estrella que Warren tenía puesta en su camisa.
-Así es, ¿y usted quién es?
-Me llamo Félix Rodríguez-respondió mientras se levantaba.
-¿Y qué quiere?
-Trabajar como ayudante del sheriff.
-¿Esta bromeando?-preguntó en bajo Samuel.
Félix escuchó la ironía y les respondió con una sonrisa amplia.
-Me parece que no. Escuchen, soy un tipo con mucha puntería. Me encanta la aventura y el riesgo. Quiero ser su ayudante porque quiero servir a ley y proteger a los inocentes.
-¿Y el dinero?, ¿no te interesa esa parte?
-Si, por supuesto.
-¿Y de dónde vienes?-preguntó Liverpool, acariciándose su mostacho.
-De Colorado, soy un caza recompensa que busca otro trabajo.
-Qué extraño, nunca he visto a un caza recompensas que cambie de profesión, dado a lo bien que se les paga.
-Ya estoy harto de jugarme el cuello.-comentó el rubio, sonriendo de nuevo-Quiero una vida estable y tranquila.
-Ser ayudante no te hará que no te juegues la vida-respondió Filton.
-Pero mucho menos que ser caza recompensas.
-No te creas-intervino Liverpool.
Tanto Samuel como Warren cruzaron miradas, y respondieron a Félix con ironía.
-Nos das unos minutos.
Rodríguez les concedió que se apartasen de él y decidiesen si podría o no, entrar en el equipo. Fue Warren quien comenzó.
-¿Tu qué opinas?
-No lo sé, hay algo en él que no me convence. Encima le he visto algo exigente, dado al tono con el que ha dicho de ser ayudante.
-Si, a mi también me ha parecido algo extraño. Además, ¿quien busca un empleo a estas horas de la noche?
-Buena pregunta, ¿qué vas a hacer con él?
-Preguntarle cuanto tiempo lleva aquí e invitarle a tomar algo.
-No, me refiero a si le vas a contratar o no.
-Me lo pensare, según vea el resultado de sus habilidades.
Warren hizo una mueca y ambos agentes volvieron a donde estaba Félix Rodríguez, proponiéndole varias cosas.
-¿Cuánto tiempo llevas esperando en la oficina?-preguntó uno.
-No se preocupe, me he alquilado una casa no lejos de su oficina, y he llegado hace una media hora más o menos. Un lugareño me ha comentado que usted y sus ayudantes no se encontraban en el pueblo, y he decidido esperarle aquí.
-Te propongo un trato, dado a las horas que son y yo aún no he probado bocado. Te invitó a tomar algo a un saloom que hay cerca de aquí, y hablamos de tu prueba que tienes que hacer mañana a las siete de la mañana.
-¿Prueba?, ¿dónde?-preguntó Félix.
-Hay un campo de tiro no lejos de aquí, donde entrenamos cada cierto tiempo para probar nuestra puntería. Si la superas, entraras en el equipo.
¿E investigaré el caso que llevan?-preguntó con alegría.
-No, empezaras por donde todos comenzamos, por las caballerizas, limpiándolas todos los días.
Samuel se rió en bajito y miró a ambos hombres. Félix, con cara de felicidad, aunque por dentro estaba rabioso por el puesto que Filton le había ofrecido, pero aceptó el puesto de trabajo. El ingles y el nuevo ayudante se dieron un apretón de manos. Félix le respondió a la pregunta de la cena.
-Lo siento sheriff, ya he cenado.
-Bueno, que se le va hacer. Yo voy para ya, ¿Samuel?-dijo Filton, mirando a su amigo.
-No, gracias. Tengo que hacer cosas.
-De acuerdo, os veo mañana. Recuerda Félix, mañana a las siete-comentó Warren.
-Oído cocina-respondió Rodríguez.
Los tres se separaron, yendo por caminos distintos.
Samuel Liverpool había adelgazado mucho desde el entierro de Samantha Illinois, todavía tenía el pelo corto, se había puesto más fornido y había ido a Georgia para pasar un tiempo con su mujer y sus dos hijos. Los echaba de menos, cada día al volver a su casa y ver que no estaban, le entraba una angustia por dentro. Para no pensar en aquella ansiedad, se daba una vuelta por el pueblo. Algunas veces, iba al saloom de Jack Lemond, encontrándose con Filton y hablaban de banalidades. Cuando cruzó el umbral de su casa, viéndola tan vacía, pensó en pasear, pero no tenía ganas. Así que se preparó unas sobras que tenía y cenó. Tras comer, recogió todo lo de la mesa del comedor y estuvo merodeando por el salón, viendo las distintas fotos que había en el cuarto. Algunas estaba él con su familia y con sus amigos del ejercito, recordando viejos momentos. Preparó su bañera con agua caliente, y fue a buscar ropa en uno de los armarios de su cuarto. No le gustaba mucho estar en el baño, por eso se daba un agua rápida. Se vistió rápido, echó las cortinas de su habitación, yéndose a la cama después.
*
A la mañana siguiente Samuel Liverpool se levantó de la litera y miró hacia el lado donde dormía su mujer Marguerite, recordando los momentos felices con su esposa. Se le escapó una lágrima y fue a desayunar al saloom de Jack Lemond. Era una mañana soleada y hacía buena temperatura. El mejicano, dueño del establecimiento, le saludó y le preguntó.
-¿Que quieres tomar?
-Café solo con unas pastas.
-De acuerdo, voy a traértelo-dijo Jack, acariciándose su bigote grueso.
Mientras desayunaba, oyó la voz de su amigo Edward, preguntando a Jack Lemond y pidiéndole al mismo tiempo, que colocase los dibujos de Keith y de Max Patchet: la víctima negra y el jefe de la banda que identificó la pareja magullada, por el establecimiento. Tras eso, se sentó con su compañero Samuel y le comentó su teoría de lo que había descubierto.
-¿Te acuerdas del cuerpo que me mandó Warren investigar?-preguntó Edward Richard.
-¿Que ocurre con él?
-Parece ser que conocía a la primera víctima que hallamos en el desierto. Eran socios de una banda y su jefe les mató. Según la declaración de la pareja, que también encontré sobre el terreno, ellos fueron testigos del asesinato de la primera víctima y han identificado a Max, el cabecilla de la banda, como el asesino de todas las muertes. El segundo bandolero muerto se llamaba Keith. Este último defendió al matrimonio de Max Patchett, dado a que él les iba a ejecutar. José analizó su cuerpo y determinó que había una media hora de diferencia entre los asesinatos.
-De acuerdo, repasemos: Kevin, la primera víctima, y Keith, la segunda, eran socios, dado al pañuelo de bandolero que llevaban. Ambos, posiblemente, se quedaron con una parte del oro y ese Max los asesinase. Primero se cargó a Kevin, robándole una parte del oro. Luego, como los del carruaje fueron testigos de ese crimen, Max junto a Keith, fueron a perseguirles. El jefe ordenó a Keith, asesinar a la pareja del carromato, Keith se negó y Max le baleó, cogiendo la parte del botín de su socio Keith.
-No se quedó con todo, dado a que los vecinos y el matrimonio empezaron a oír los tiros. Tenemos claro el motivo, pero, ¿dónde estará el jefe de la banda?, ¿y el resto del botín?
-Por ahí es por donde tenemos que empezar. Yo buscaré por la parte norte y tú por el sur.
-Otra cosa, Keith, la víctima negra, estaba casado, ¿puede que alguien reconozca el dibujo de ese hombre?
-También voy a enviar el dibujo de Kevin a otros estados.
-Igual yo. Pero antes, me pasaré por la oficina para comentárselo a Warren.
-De acuerdo-dijo Samuel, terminándose el café.
*
Edward Richard se levantó de la silla y salió del establecimiento, despidiéndose de Jack Lemond. El ayudante canoso fue a la oficina y le comentó la teoría a Warren Filton, el sheriff. El ingles también estaba de acuerdo y cuando Félix Rodríguez se presentó en el establecimiento. Warren los presentó. En ese momento, un vecino de Sean Lambert, el ayudante del jefe del banco Fuente María, uno de los bancos de Villa Rocosa, les avisó de una tragedia.
-Sean Lambert me ha enviado para que alguien vaya a su casa.
-¿Que ha ocurrido?-preguntó Filton, acariciándose el mentón barbudo.
-Alguien ha muerto en su cocina.
-¿Y vio a quien lo hizo?
-No me ha dado ninguna explicación, solo que les avise.
-Está bien, vosotros dos encargos de él- mirando a Félix y a Edward.
A Félix Rodríguez se le iluminó la cara y no esperó más, tiró el cepillo de limpiar a un lado del establecimiento, Warren le llamó la atención. Rodríguez cogió el objeto. Ambos salieron del lugar y se montaron en sus caballos, dado a que la casa de Lambert estaba un poco lejos.
*
Eran las diez y media de la mañana cuando Edward Richard y su compañero Félix Rodríguez, trotaban a la nueva casa de Lambert. Antes de ir al rancho de Sean Lambert, fueron a la estación de ferrocarril. El jefe de estación, Freddie Russell, no estaba, en lugar de él, estaba su hija Josie: tenía el pelo rubio, esbelta, veintisiete años, facciones pequeñas. Sabía usar los objetos para enviar telegramas. Ella le dedicó una sonrisa a Edward Richard y le preguntó, mirando a Félix.
-¿Quien es el novato?-acariciándose su melena.
-Intenta ser mi nuevo compañero.
-Pues eso va ser un poco difícil-comentó ella, sarcásticamente.
Félix iba a ser presentado por Edward a Josie cuando este se negó a conocerla, dado a las bromas que hacían sobre él. Edward la pagó para que enviase los telegramas, relacionada con Kevin y Keith, los bandoleros. Tras eso, los jinetes se marcharon hacía la nueva casa de Sean Lambert.
*
Sean Lambert había adelgazado y se puso más fornido. Se mudó de su casa con su mujer Brittany, a otra más grande. Además ella estaba en cinta, y esa era una de las razones por las cuales se mudaron a otra morada. Desde que murió Samantha Illinois, Warren se sentía un poco solo. Por eso, algunas veces, la pareja iba a visitarle a su morada, dado a que la difunta Illinois, aparte de ser vecina de Filton, era una amiga. Sean, aunque hubiera adelgazado, seguía metiéndose en deudas de juego y no dejaba la bebida. Por esa razón, la pareja discutía mucho. Cuando Brittany se enfadaba con Sean y este se excusaba, ella se marchaba de su casa, a la de su padre, para desahogarse. Algunas veces, Lambert, iba a visitar a Warren Filton, el sheriff, para que le ayudase, pero este no se quería meter mucho en los problemas del matrimonio.
*
Eran casi las nueve y media de la mañana, Sean estaba con ropa andrajosa y cortando madera afuera de su casa. El joven vislumbró a lo lejos un jinete montado a caballo. El desconocido era un hombre de rostro aceitunado, facciones grandes y con andares tranquilos. El extraño estaba cerca de Sean, el dueño de la morada no pudo identificarle en un principio, dado a que el sombrero le tapaba parte de su rostro, pero Lambert le reconoció enseguida cuando el otro le miró fijamente con sus ojos verdes oscuros. El forastero preguntó.
-¿Es usted el hombre al cual le llaman el perdedor de Texas?
-Hijo de perra-contestó Sean dirigiéndose al jinete.
El joven Lambert tiró al otro del caballo, peleándose de broma. Tras eso, Sean le preguntó.
-¿Qué haces aquí Jonathan?, Creí que estabas gastándote el dinero que habías ganado en el juego.
-Ya lo he hecho: en bebidas, mujeres... ¿Qué hay de ti?, he oído que Brittany está embarazada.
-No te fastidia, te lo dije en una carta-contestó Sean, jactándose.
-No, en serio, ¿qué tal te va todo?- comentó Jonathan, viendo a Lambert con la cara mustia.
-Bien. Bueno, Brittany y yo tenemos nuestras peleas, pero vamos progresando.
-¿Y donde esta ella?
-En casa de su padre, dime, ¿qué te trae por aquí?-preguntó Sean, queriendo cambiar de tema.
-Tengo una cosa que enseñarte, menuda reliquia he conseguido, y además, barata.
-¿Si, en serio?, ¿de qué se trata?
-Primero me gustaría comer algo.
-Y no solamente eso, también le daremos un poco a él-dijo Lambert, señalando al caballo de su amigo.
Ambos hombres fueron con el animal hasta las caballerizas, para darle de comer al caballo. Tras eso, cruzaron un pasillo que conectaban los establos con la cocina. Jonathan se sentó en una silla de madera que había cerca de una mesa grande. Sean le preguntó a su colega.
-¿Que quieres comer?
-Unos huevos fritos no me vendrían mal.
-De acuerdo.
-Me gusta como tienes la cocina-comentó Jonathan mirando el entorno.
El otro se dio la vuelta cuando estaba en el umbral de la puerta.
-¡Ah!, es cosa de Brittany. A ella siempre le gusta tener todo en orden. Por cierto, ¿qué es eso de la reliquia?
-Primero quiero tomar algo. Luego te lo cuento.
-Si quieres puedes esperar en el salón.
-No, estoy bien aquí.
-Vale, voy al corral.
Sean Lambert salió de su casa y fue caminando tranquilamente hasta el gallinero. En ese momento oyó un disparo haciendo que se inmovilizase, supo enseguida de dónde provino. Fue como un rayo, con el corazón en un puño, hacía el cuarto donde se hallaba su amigo muerto, sentado y con un disparo en el entrecejo.
*
Eran las once menos diez de la mañana, cuando Edward Richard y Félix Rodríguez estaban cerca de la casa de Sean Lambert, montados cada uno en su propio caballo. Edward fue el que empezó a interrogar a su nuevo compañero, al verle su inexpresivo rostro.
-¿Estás bien?, ¿por qué no querías que te presentase a Josie?-dijo Richard, acariciándose su pelo canoso.
-Llevo despierto desde las siete de la mañana, creía que Warren me iba a dar un caso importante, y lo primero que hace es enviarme a las caballerizas.
-Vaya, ¿eres el nuevo en el equipo y ya mandando?-preguntó Richard jactándose.
-Yo soy bueno con mi revólver, ¿sabes?-se quejó el otro.
-No lo dudo, pero Warren te ha enviado donde practicamos el tiro a menudo. Escucha, el sheriff quiere que practiques a dar en el blanco, para que cuando tengas que salvar a una persona de un truhán o tengas que defenderte de múltiples bandidos.
-Lo que me pasa es que estoy cansado-comentó Félix.
-Pues te voy a dar un consejo: el crimen no tiene horarios, y tarde o temprano vas a tener que defenderte de alguna situación imprevista.
-Ya, pero no me gusta limpiar caballerizas.
-Todos empezamos por ahí. Oye, si no te gusta este trabajo, lárgate, ¿vale?
Félix Rodríguez no comentó nada, poniéndose rencoroso. Edward lo notó y le dejó de hablar, dirigiéndose al escenario del crimen. El rancho de Lambert estaba a pocas yardas de donde los jinetes estaban. Edward se alejó de su compañero, viendo la morada en el horizonte. Se acercó a Sean y le saludó, bajándose de su animal.
-Hola Sean, me acabo de enterrar. Lo siento.
-El cuerpo... el cuerpo está en la cocina-contestó Lambert más tranquilo, pero aún triste.
-¿Y que viste?
-No vi nada, pero lo escuche.
-¿El qué?
-Un disparo, lo oí desde el corral, fui hacía la cocina y allí encontré a Jonathan Dallas muerto.
-Lo lamento, Jonathan era tu amigo, ¿no?
-Sí. Si me acompañas- dijo Lambert, viendo a Félix descender de su animal.
Cuando Félix estaba en la entrada del rancho, fue avisado por Edward.
-Se nos ha olvidado avisar al doctor, ¿podrías pasarte por su consulta?¿sabes donde esta?
-No-contestó el preguntado, cambiando de expresión.
-¿Sabes dónde está el saloom de Jack Lemond?-intervino Sean.
-Ah vale.
-Pues su consulta esta justo arriba.
-Ya, ya sé donde está.
Félix se fue del rancho de malhumor. Los otros dos hombres vieron lo enfadado que estaba Rodríguez, dado a que le oían quejarse mientras iba a su caballo. Sean preguntó a Edward, el ayudante del sheriff, mientras entraban al escenario del crimen.
-¿Que le ocurre a tu amigo?
-No es mi amigo, y lo que le pasa es que se cree alguien importante-contestó el otro, acariciándose su pelo canoso rapado.
-¿No das tu opinión?-interrogó Sean, jactándose.
-A primera vista, parece un suicidio. Pero quiero una segunda opinión por si acaso.
-¿Puedo salir de aquí?-preguntó Sean, mirando a su Jonathan muerto.
-Por supuesto.
Edward echó un vistazo a la cocina y no parecía que faltase nada de valor. Preguntó a Sean, que estaba en el cuarto de al lado.
-No parece que falte nada. Así que no fue un robo, y no parece ser que hubiese nadie más, dado a que no había rastro de una tercera persona que entrase o saliese por la puerta de atrás de la cocina-hizo un respiro-¿solo vosotros dos entrasteis por aquí, no?-señalando a los escalones de la puerta de atrás del cuarto.
-Así es, accedimos por aquí.
-¿Adonde lleva ese pasillo?-preguntó Edward, mientras seguía analizándolo.
-A las caballerizas, ¿ves algo interesante?
-No, no hay huellas de terceras personas que cruzasen este cuarto. O el truhán lo limpió o no fue un crimen.
-¿Que quieres decir?
-Sé que tu conocías a Jonathan, ¿sabes si estaba metido en problemas o...?
-Ve al grano, ¿quieres?
-¿Pudo suicidarse?
-No tenía motivos para hacerlo cuando hablé con él. Además había conseguido una ganga.
-Pues entonces fue un accidente, ¿qué ganga?
-No me lo contó. Pero él lo llamó su reliquia.
Edward Richard volvió a la cocina, y fue hasta donde estaba la víctima. La echó un vistazo hasta que vio un pequeño objeto, debajo de la mano de Jonathan. Lo cogió y enseguida se percató de que era un revólver en forma de anillo.
-¿Dijiste que oíste un disparo, no?
-Sí, ¿por?
-Por que parece ser, que fue un accidente.
Este analizó el posible ángulo del disparo y le aseguró.
-La ganga fue este revólver-contestó Richard mientras le enseñaba el objeto a Sean.
El ayudante del sheriff le echó un vistazo más de cerca al anillo, percatándose del nombre inscrito en él, "Andrea". Le preguntó a Lambert.
-¿Quien es Andrea?
-No sé, ¿por?
-Porque: O bien se lo compró a ella por poco dinero, o bien se la robó.
-Jonathan Dallas no era un ladrón, te lo aseguro. Lo más probable es que se lo vendiese una mujer o, lo consiguiese por terceras personas.
***
Eran las once y media de la mañana, cuando Warren Filton entró por la puerta de vaivén y se dirigió a la barra. Jack Lemond, el dueño del establecimiento, reconoció a Max Patchett.
Patchett, fue reconocido por el matrimonio Remington, por asesinar a Kevin y Keith, dos truhanes hallados hace unas hora.
-He visto al tipo del dibujo, ya sabes, a ese Max Patchett. Esta aquí, en la mesa del fondo-dijo Jack Lemond.
El sheriff miró hacía donde Lemond decía. Vio a un solitario sentado en una mesa redonda de madera. Jack comentó, acariciándose su bigote grueso mejicano.
-Ese forastero tiene cojones para estar aún en el pueblo.
-No hay nada contra él-contestó el otro, no apartando la vista del extraño.
-¿Aún?
-Le voy a interrogar, gracias por la información.
-A mandar-comentó Jack, riéndose.
El sheriff caminó hacia el extraño y se sentó frente a él. El forastero era un tipo de unos treinta y muchos, fornido, espigado, ropa andrajosa, y con barba canosa rubia. Sus ojos claros se cruzaron con los de Filton. Hubo un duelo de miradas. El sheriff sacó de uno de sus bolsillos un dibujo y lo desdobló, enseñándoselo.
- Veritas filia temporis-dijo Warren.
- Cui bono?
- Interfector.
-¿Que quiere?-preguntó el forastero cambiando de idioma.
-¿Es usted Max Patchett?-dijo Filton, señalando al dibujo.
-No-mintió Max, mirando el pasquín.
Filton vio como Patchett esquivaba su mirada. Warren continuó interrogándole.
-¿En serio? ¿y a estas dos personas?-preguntó de nuevo Filton, enseñándole los dibujos Kevin y Keith.
-No.
-Vera, una pareja mayor a los cuales tu banda y tú atacasteis en Villa Rocosa, te ha reconocido como el cabecilla del grupo. ¿Dónde está el oro robado?
-¿De qué me habla?
-Si registro su habitación, ¿no hallaré un botín de oro?
-No tienes una orden judicial, así que, váyase a paseo. No tengo por qué responder a sus preguntas.
Max se fue a levantar de su asiento cuando Warren le puso uno de los grilletes mientras le sentenciaba.
-Max Patchett, queda arrestado por asesinar a Keith y Kevin. Ambas personas eran sus socios y los mató por el oro que robaron horas antes.
-¡Váyase a paseo!-se quejó Max Patchett mientras salía a rastras del saloom de Jack Lemond.
Warren dejó al detenido en la esquina del bar, sin quitarle el ojo de encima. Warren sacó una moneda de uno de los bolsillos del pantalón, para pagar lo que había tomado Max.
-¿Cuánto es?-preguntó Filton.
Jack se rascó su bigote mejicano y le gritó el precio al sheriff. Filton le pagó en monedas, lanzándoselas al aire. Jack Lemond extendió una mano, abriéndola en forma de palma, para cogerla al vuelo. Filton levantó a la fuerza al detenido y le llevó hasta su caballo. Rodeó la cuerda a un gancho del engallador. Warren vigiló a Max mientras se lo llevaba a la oficina del sheriff. El cielo nuboso hizo correr una brisa que refrescó a Filton y a Patchett. Max no paraba de quejarse del porque había sido detenido sin tener ninguna prueba contra él. Era verdad que Warren no tenía nada contra el detenido, ninguna prueba. Al llegar, Filton le explicó por enésima vez, cansado de decirle otra vez lo mismo, el motivo del porque estaba bajo arresto.
-Usted robó junto a Keith y Kevin, dos forajidos, un cargamento lleno de oro. Kevin fue el primero en morir y Keith, el segundo. Ambos, posiblemente, se quedaron con una parte del botín y por eso los mató. Aparte del oro, asesinó a Keith por defender a la pareja del carruaje, que fueron testigos de crimen de Keith. Le ordenaste a Keith asesinar a sangre fría a la pareja mayor, pero él se negó. No tenía agallas, ¿verdad? Por eso le baleó.
Max no dijo nada durante la teoría que le soltaba Warren. Pensó en que no tenía pruebas contra él. Estaba riéndose por dentro, solo esperaba salir de la oficina pronto. Filton esperó a que Patchett confesase algo cuando volvió a preguntarle:-¿Es usted Max Patchett? y ¿conoce a estas dos personas?- señalando los dibujos de las víctimas. No hubo respuesta alguna. Se desesperó y le guió hasta una celda oscura. Le encerró allí. Patchett hizo una muesca de asco mientras insultaba a Filton.
De repente una sombra que estaba detrás de Filton, en el umbral de la puerta, le asustó. Este se dio la vuelta con el corazón encogido, pero se relajó al ver que la persona que estaba frente a él, era indefensa. Era mujer mayor de color, de unos cuarenta años, gruesa, facciones pequeñas, pelo paje corto, moreno y más baja de estatura que Warren Filton. Su vestimenta era de criada. Filton la ofreció un vaso de agua al verla que tenía toda su ropa empapada en sudor. Ella se presentó, sentándose en un banco de madera que había al lado de la entrada. Se refugiaron de la pequeña corriente que entraba por la puerta principal.
-Me llamo Irma-respondió, secándose su arrugada frente con un pañuelo.
-Yo Warren Filton-dijo este, sentándose al lado suyo.
-¿Es el sheriff del pueblo?
-Así es. ¿Que desea?
-Llevo buscando a mi marido desde hace tiempo-comentó Irma con una voz ronca, tosiendo cada poco tiempo-Llevo buscándolo en más de tres pueblos y aún sigo sin encontrarlo.
-Tranquilícese, ¿cómo se llama su esposo?-preguntó Warren, haciendo que ella se relajase un poco.
-Keith Dallas.
-Me lo podría describir-dijo, cogiendo un lápiz y un papel que había en una mesa frente a ellos.
Irma empezó a describírselo cuando este se acordó de la segunda víctima de este caso, Keith. Le enseñó el dibujo de Keith, la segunda persona baleada por Max Patchett. Las facciones gruesas de la mujer se empezaron a empapar de lágrimas. Comenzó a preguntar mientras se secaba su cara.
-¿Que le ha ocurrido a mi marido? ¿ha muerto?
No hizo falta que Warren la respondiera, se lo notó en la cara. Irma apoyó su espalda contra el respaldo. Esta abrazó a Warren Filton, este la consoló. Unos minutos después, Irma identificó a todos las personas que Warren le enseñaba. Al ver a Max Patchett, Irma se puso nerviosa. Empezó a confesar.
-Este es el hombre que vino a mi casa para que Keith hiciera un trabajo.
-¿Y hace cuanto de eso?
-Hace cinco meses.
-¿Conoce a esta persona?
-Kevin. Se llama Kevin. ¿Qué le ocurre? ¿fue él quien asesinó a mi marido?- preguntó Irma mientras se sonaba la nariz.
-No, según unos testigos, fue Max Patchett quien lo hizo. Kevin ya estaba muerto cuando su marido Keith estaba siendo asesinado-respondió Warren.
-No comprendo nada.
-No puedo contarle mucho de este caso, dado a aún que está abierto y estoy investigándolo.
-¿Se lo ha comentado al hermano de Kevin?
-¿Tiene un hermano? ¿cómo es? ¿podría describírmelo?-preguntó Filton mientras cogía una hoja nueva.
-Solo lo vi una vez en mi rancho. Pero recuerdo algo de cómo era.
Irma empezó a soltar todo lo que recordaba del hermano de Kevin. Tras el dibujo que hizo Warren, un poco mal hecho, Irma pidió un vaso de agua. Filton le rellenó el vaso y se lo dio. Este lo observó durante un tiempo y dedujo que podría ser otro miembro de la banda. Pero, ¿donde se escondería? ¿habría huido de Villa Rocosa tras el robo del oro? ¿si no era así, en qué lugar del pueblo se escondería? ¿porqué no mató a Max Patchett tras asesinar a su hermano Keith? ¿se llevaría mal con su hermano?
Había tantas preguntas en este caso que no aún había encontrado respuestas. En primer lugar, hizo varias copias del dibujo que había hecho mientras Irma descansaba un poco en la oficina del sheriff. Esta estaba sentada en el banco de madera, secándose las lágrimas de su grueso rostro.
-¿Usted sabía que Keith era un ladrón?-preguntó Filton a Irma.
-Mi marido no era un ladrón.
-¿Entonces porque entró en la banda de Max?
-Nos estábamos quedando sin dinero para pagar la hipoteca. Pero yo no pensaba que Keith se refería a robar-confesó Irma seria.
La expresión de Irma decía la verdad. La creyó cuando esta no sabía nada sobre el tema del robo. Ni tampoco sobre que su marido Keith, se había unido a la banda de Max Patchett. Pensó en repartir el dibujo del hermano de Kevin sobre el pueblo, por si aún seguía por Villa Rocosa. Pero, ¿dónde estaría?
-¿Sabe cómo se llama el hermano de Kevin?-preguntó él, acariciándose el mentón barbudo.
-No. Lo siento. Creo que se llamaba Mark.
***
Edward Richard y Félix Rodríguez, investigaron el nombre de Andrea, inscrito en el revólver en forma de anillo barato, que tenía Jonathan Dallas entre sus manos. Las conjeturas de ambos hombres junto a la declaración que había hecho el compañero de la víctima, Sean Lambert, es que Jonathan se habría disparado accidentalmente con la pistola cuando este estaba investigándola. Tanto Félix como Edward sabían que Jonathan habría comprado el revólver a alguien llamado Andrea, pero ¿quién sería esa mujer? ¿ y dónde estaría?
Félix y Edward decidieron enviar telegramas a los estados colindantes para saber de dónde vendría el revólver en forma de anillo y sobre esa persona llamada Andrea.
Eran las dos y media de la tarde cuando Edward recibió una carta mientras comía con su esposa Shonda Williams en el saloom de Jack Lemond. Freddie Russell, el jefe de estación de ferrocarril, entró por la puerta vaivén y se dirigió hacia donde estaba el ayudante de Filton. Freddie estaba más mayor, unos sesenta años, cara avejentada, gafas de culo de botella más graduada. Cuerpo delgado y sin fuerzas. Edward dejó de comer y le entregó el dinero a cambio de los telegramas que el hombre mayor le daba.
-Aquí tienes, Fred-dijo Edward.
-Gracias joven-respondió el jefe de estación, yéndose afuera del saloom.
Shonda, al ver que Edward había descubierto una pista sobre el caso que estaba investigando y su plato medio lleno, dejó que se fuera.
-Vete.
-¿Qué?, no te preocupes, terminemos-replicó Edward.
-Que no. Vete. Además es trabajo.
Edward besó la frente de Shonda y sus labios gruesos antes de marcharse del saloom de Jack Lemond. Esta se acarició su melena larga morena mientras veía a su marido irse.
Edward Richard fue hacia su caballo. Desató la cuerda de un palo de madera. Se montó en su silla y cogió las riendas para sacar a su animal. Se dirigió a la vivienda de Félix Rodríguez. La tarde era un poco calurosa, las nubes se habían despejado un poco. El aire no corría nada. Edward estaba chorreando mientras trotaba con el caballo. La calle de Félix estaba vacía de gente. Este vivía cerca de la oficina del sheriff. Su casa era pequeña, de madera vieja y carcomida. Vieja por dentro y por fuera. Edward Richard bajó de su caballo y lo ató en un palo. Subió las escaleras que rugían de viejas cuando la puerta principal de la casa, se abrió. Félix salió de mal humor al ver el rostro de Edward. Rodríguez se quitó las legañas de sus ojos claros. Salió con un hacha en una mano, dirigiéndose hacia un pequeño tronco que había en su pequeño patio desastroso. Edward le siguió, oliendo el sudor que desprendía Félix.
-¿Que quieres?-preguntó Félix de mal humor mientras agarraba el hacha para cortar un trozo de madera que había encima de un tronco.
-Tu ayuda, ¿si quieres?-respondió Edward, poniendo una mueca de asco por el sudor que desprendía Félix.
-¿Por el caso de ese tío?
-Así es. Sabemos que Jonathan Dallas se disparó accidentalmente cuando quiso investigar el revólver en forma de anillo, que consiguió en una ganga de una tal Andrea. Bien, ha llegado respuestas de los telegramas que hemos enviado a los estados colindantes-dijo, entregándole los sobres que tenía en una mano a Félix.
Rodríguez le echó una mirada de odio mientras el otro continuaba diciendo.
-O si prefieres volver a las caballerizas.
Félix cogió los sobres y abrió uno de ellos. Tiró varios de los papeles al suelo mientras el otro los recogía. En uno de los documentos, hablaba de un robo de un revólver en forma de anillo que pertenecía a una tal Andrea. Félix se percató y le dijo a Edward.
-Mira esto.
Edward y Félix leyeron ese informe sobre el robo. Dicho denunciante, aunque se llamaba Madison Murphy, era un hombre mayor. Este estaba casado con una mujer joven, que estaba con él mientras le robaban en su mansión. La pieza robada era un revólver en forma de anillo. Edward le preguntó a Félix.
-¿Qué? ¿te animas a seguir investigando este caso?-dijo mientras enarcaba sus cejas.
-De acuerdo.
-Pero primero, cámbiate-aconsejó Edward mientras sacudía de un lado a otro con una mano el sudor que le venía del sobaco de Félix.
Rodríguez no dijo nada y se fue hacia el interior de su morada. Edward siguió leyendo el informe del robo. Parece ser que según unos vecinos, vieron de lejos a los asaltantes que robaron en la casa de los Murphy. La pareja vivía en Denver y la autoridad local nunca atrapó a los truhanes. Edward Richard pensó que a lo mejor, esa sería el revólver en forma de anillo, que compró Jonathan Dallas. Félix Rodríguez salió de la casa, cerrándola después de un portazo. Insertó la llave en la cerradura. Edward Richard le comentó su teoría, entregándole de nuevo los informes del robo a la mansión de los Murphy. Los dos hombres, con sus respectivos caballos, se dirigieron saloom por saloom, preguntando por la pareja Murphy.
-Mi teoría es que unos truhanes robaron el revólver en forma de anillo, que pertenecía a Madison. Puede que los ladrones se lo vendiese al contrabandista que le vendió luego, el revólver a Jonathan Dallas-dijo Edward mientras se dirigían a un saloom.
-O puede que ese contrabandista fuese uno de los ladrones-sugirió Félix.
-Bien visto-dijo Edward, mirándole sorprendido.
-¿Y no atraparon a los ladrones?
-No.
Cruzaron una puerta vaivén de un saloom y se dirigieron a la barra. El barman se acercó a ellos y dijo medio en broma, mirando al apestoso Félix.
-¿Y este cerdo?
Edward rió. El ofendido se cabreó pero se contuvo de darle un puñetazo.
-Buscamos a una pareja. El tipo se llama Madison Murphy. No sabemos como es, pero ¿no sé si habrá alguien que se te haya quejado en el saloom, gritando a los cuatro vientos algo sobre si le faltaba un revólver en forma de anillo?-dijo Edward.
-Hay un tipo que está en la sala de juego, que esta gritando a los cuatro vientos algo sobre un robo-respondió el camarero mientras limpiaba un vaso.
No hizo falta señalar al hombre que gritaba lo del robo, dado a que en ese momento se oyó un chillido. El saloom no estaba muy lleno de gente. La sala de juego no era muy grande, con poca clientela jugando al Texas Holdem, entre ellos, estaba el hombre que gritaba. El hombre que chillaba y su esposa joven estaban en el centro de la mesa de madera. Madison Murphy era un hombre mayor, facciones grandes, pelo canoso corto, ojos azul claro y llevaba un traje oscuro. La mujer que estaba a su lado, era más joven que él, de unos treinta años, morena de pelo y de rostro, facciones grandes y bonitas, ojos negros como la noche, llevaba un poco de maquillaje, vestido ceñido blanco. Ambos eran delgados. La joven tenía no paraba de tocarse su cabello largo moreno. Madison cogió otro cacahuete de un recinto pequeño que tenía a su lado. Abrió su boca grande y se lo comió de un bocado. Escupió la cascara al suelo. Edward Richard desde lejos, pensó en que Félix Rodríguez se ocupase de Madison Murphy.
-La primera vez que me encargué de un caso, tuve que parar una pelea en este saloom. ¿Te atreves a decirle algo a ese hombre?-preguntó Richard a Félix, señalando con la mano a Madison.
-¿Por qué yo?
-Porque eres un novato.
-¿Y qué pasa si saca el revólver?
-Le matas-bromeó Edward.
Unos segundos después, Richard siguió contando.
-Intervengo, no te preocupes.
Félix tragó saliva del miedo que tenía y se acercó a Madison. Madison era más alto y corpulento que Félix. Rodríguez caminó a paso lento, muerto de miedo. Se puso frente a Madison Murphy. Madison estaba más fornido que Félix y tenía más mala leche que Rodríguez.
-Buenas, ¿puedo hablar con usted?-dijo Félix.
Madison se levantó de un brinco de la silla y se encaró con Félix.
-¿Que quiere?-preguntó Madison con mala leche.
-¿Usted es Madison Murphy?
-¡¿Que quiere?!
-¿Ha perdido un revólver en forma de anillo con el nombre inscrito de Andrea?
-¡¿Han hallado el anillo?!
-Si-dijo Félix, mirando a Edward.
El observado le entregó el anillo a Félix mientras que Madison cogía un tenedor y un cuchillo para cortar un trozo de un pastel que le habían servido. La joven esposa miró a Félix e intervino.
-¿Han encontrado el anillo?-preguntó ella con una voz dulce.
-¿Usted es Andrea?
-¡Sí!-respondió con dificultad Madison, dado a que tenía comida en la boca.
-¿Conocen a este hombre?-preguntó Edward Richard, poniéndose a la misma altura que Félix Rodríguez.
Andrea fue a coger el dibujo de Jonathan Dallas cuando Madison, su marido, se le adelantó. Sus manos gruesas y grandes estaban manchando de grasa el papel. Los ojos azul claro de Madison observaron con atención a Jonathan Dallas. Este miró a los ayudantes y les preguntó.
-¡¿Fue este el ladrón que robó el anillo de mi esposa?!
-No. Este es el hombre el cual compró el revólver de su esposa por una ganga-comentó Edward Richard, apartándose de su apestoso compañero, Félix.
-¿Y qué le pasó a ese hombre?-preguntó Andrea mirando el papel sucio y arrugado de Jonathan Dallas.
-Se disparó accidentalmente cuando estaba investigando su anillo-respondió Félix.
-¡Que se fastidie!-insultó Madison Murphy mientras se metía otro trozo de pastel en su gran boca.
Félix y Edward se quedaron alucinados de la poca sensibilidad que tenía Madison ante la víctima. Madison tragó el trozo de pastel que se metió en la boca y dijo bromeando.
-¡Que no hubiese hurgado en el anillo de mi esposa!
Andrea se quedó también sorprendida de como Madison no sentía ni el más mínimo respeto por la muerte de Jonathan Dallas. Félix y Edward contemplaron el cuerpo delgado de Andrea y el bonito vestido blanco que esta llevaba. Ella se tocó su pelo largo moreno mientras miraba con vergüenza a los ayudantes, por como Madison se estaba ante la situación.
***
Tras haber interrogado a Irma Dallas, la esposa de Keith. Warren fue junto a Samuel, a preguntar sobre Mark, el hermano de Kevin, la primera víctima de Max Patchett. Gracias a Irma, Warren pudo saber cómo era ese Mark, el último miembro de la banda de Max. Colocaron varias copias del dibujo de Mark, en Villa Rocosa.
En uno de los salooms, Josh Wincott, el dueño del local, reconoció a Mark y le dijo a uno de sus ayudantes que avisase a Filton y a Liverpool.
Samuel Liverpool estaba comiendo solo en su casa, sin su familia. Este los echaba de menos mientras recogía el plato de la comida y limpiaba con una bayeta la mesa de madera del comedor. Estaba con vestimenta andrajosa y un poco deshilachada. Aparte, tenía su pelo moreno, despeluchado. En ese momento, oyó un porrazo en la puerta principal de su casa. Liverpool abrió la puerta. Warren estaba en frente suyo, bien vestido.
-¿Qué pasa?-preguntó Liverpool.
-Un ayudante de Josh Wincott, ha venido a visitarme a la oficina para decirme que han hallado al último miembro de la banda de Max Patchett, Mark.
-¿El hermano de ese Kevin?-preguntó Samuel con la voz ronca.
-Así es. Parece ser que ese Mark, está en el saloom de Josh ahora mismo.
-Pues vamos-respondió Samuel, poniéndose su sombrero en la cabeza.
Samuel cerró la puerta principal de su casa, tirando el paño de limpiar al suelo. Samuel se dirigió hacía su caballo, desató su cuerda y se montó en la silla. Warren también se subió a su corcel mientras pensaba que su amigo Samuel estaba pasándolo mal desde que su esposa Marguerite y de sus dos hijos: Emily y Keegan. Warren le animó proponiéndole.
-Venga Samuel, necesitas tomar unas cervezas. ¿Te vienes al saloom de Jack después de hablar con Josh?
-Vale-contestó Samuel mientras se acariciaba su mostacho.
Los dos hombres se dirigieron al establecimiento de Josh Wincott mientras los rayos de sol les daba en sus rostros. Estos se bajaron un poco sus sombreros. Entraron en el lúgubre local de Josh mientras dejaban sus sombreros en el perchero en forma de cactus que había cerca de la puerta de vaivén. El establecimiento estaba vacío de gente: solo estaba Josh, el barman con cara de perro, limpiando la barra de madera, vieja y carcomida. Josh y Warren se llevaban mal desde hace tiempo por que tenía opiniones diferentes y Josh siempre daba la razón al hombre que Warren acusaba de sospechoso. El local no había cambiado mucho. Tenía dos plantas.
Warren se acercó a la barra y esperó a que Josh le atendiese. El barman cara de perro miró serio a los agentes de la autoridad.
-¿Qué queréis?-preguntó Josh mientras limpiaba un vaso de cristal con el paño.
-Estamos buscando a este hombre-dijo Warren, enseñándole el dibujo de Mark, el hermano del difunto Keith-Uno de tus ayudantes a venido a avisarme de que ha visto este rostro en tu local.
Josh cogió de mala gana el dibujo y lo estuvo observando durante un tiempo. Warren y Samuel se desesperaron un poco. Josh contestó tras escupir al suelo.
-Si le he visto. Está en la número cuatro-contestó Josh, señalando con un dedo al piso de arriba.
Warren y Samuel se lo agradecieron mientras avanzaban hacia la desgatada escalera de madera vieja, que conectaba con la planta de arriba. Josh lanzó una llave de oro oxidada al aire en dirección a Warren y Samuel. Samuel la cogió al vuelo mientras subía los escalones.
-Recordad, la número cuatro-repitió Josh.
-De acuerdo-contestó uno de los agentes de la autoridad.
El pasillo del segundo piso estaba desierto y en penumbra. Gracias a la lámpara de queroseno encendida, que llevaba Warren, pudieron ver el entorno. Las seis habitaciones estaban cerradas. Samuel y Warren se plantaron frente a la número cuatro. La puerta era vieja y carcomida. El número cuatro estaba oxidado y desgastado. Uno de los de la autoridad aporreó la puerta. En ese momento un hombre abrió de sopetón, asustando un poco a los de la autoridad. El desconocido rondaría los sesenta, grueso de cara y de cuerpo. Su pelo largo, al igual que su frondosa barba, era canosa, ojos marrones, facciones pequeñas y un lunar debajo de uno de sus ojos, el cual, se rascaba cada cierto tiempo. Samuel y Warren se alejaron un poco de él por el mal olor que desprendía.
-¿Eres Mark?-preguntó Filton, enseñándole el pasquín donde salía el rostro del interrogado.
-No-contestó el preguntado con voz ronca.
-¿De veras?-dijo Samuel, acariciándose su mostacho.
-Mark, ¿entras o qué?-intervino una voz femenina desde el interior de la habitación.
El hombre grueso con pelo canoso pensó por un momento en que ojala, la mujer no hubiera dicho su nombre mientras se mordía su labio inferior. Levantó sus manos gruesas al aire. Warren preguntó de nuevo.
-¿Seguro que no eres Mark?
Mark con cara seria, les preguntó.
-¿Que quieren?
-Sabemos que eres hermano de Kevin, el hombre al cual han asesinado hace unas horas en el desierto, a las afuera de este pueblo-dijo Warren mientras desenvolvían el pasquín donde aparecía la cara de Kevin y se lo mostraba a Mark-¿te suena el nombre de Max Patchett?-preguntó mientras le enseñaba otro pasquín con la cara de Max Patchett.
Mark se rascó su lunar con una de sus manos gruesas. Miró atentamente ambas imágenes y puso expresión de ira al ver que fue un impotente cuando asesinaron a su hermano Kevin, delante de él. Sus facciones se tensaron mientras le caía unas lágrimas de sus ojos. Warren y Samuel se dieron cuenta de que Mark le pasaba algo. Warren pidió.
-¿Podemos pasar?
-Adelante-dijo Mark.
Samuel y Warren pasaron al cuarto iluminado por una lámpara de queroseno. La habitación pequeña estaba bastante desorganizada. Todo el inmobiliario era viejo y carcomido. Encima de una cama de madera desecha, se hallaba una mujer de unos cuarenta años, tumbada a un lado. Esta se cubrió sus pechos con un vestido verde elegante. Tenía las facciones grandes, melena corta morena. Sus preciosos ojos verdes miraron, sorprendida, a los de la autoridad. Warren y Samuel la reconocieron.
-Olivia, ¿no?-preguntó Filton.
-Así es. ¿Qué ocurre?-contestó ella, mirando desconcertada a Mark.
Mark se volvió a rascar su lunar y preguntó de nuevo a Warren y a Samuel.
-¿Que quieren de mi?
-Respuestas. En primer lugar, ¿reconoce haber participado en un hurto a un carruaje lleno de oro hace unas horas?-preguntó Warren.
-No sé de que están hablando-respondió serio Mark.
Samuel vio unas monedas de oro tiradas en el suelo. Sus ojos miraron a los de Mark. Los de la autoridad sabían que Mark escondía algo, por eso, insistieron.
-¿Por qué está enfadado?
Mark no contestó durante unos segundos. Luego empezó a recordar a su hermano Kevin y contestó con una mentira.
-No sé nada sobre el robo.
-No me lo creo-dijo Samuel.
Mark desafió con la mirada al sheriff y a su ayudante y Warren preguntó a Mark.
-¿Y tampoco sabrá nada de este hombre?-dijo mientras le mostraba al interrogado, el rostro de Keith Dallas- Este hombre fue asesinado por defender a una pareja de ser apaleada. El autor del crimen fue Max Patchett. El mismo hombre que asesinó a su hermano Kevin un rato antes, ¿no?
-No voy a decir nada-contestó Mark.
-¿De veras que no quieres que Max Patchett pague por la muerte de su hermano Kevin?- preguntó Warren acariciándose el mentón.
Los ojos marrones de Mark empezaron a empapárselo de lágrimas cuando recordaba a su hermano Kevin. Decidió contar los asesinatos pero no del robo.
-Fue él.
-¿Quien?-preguntó Warren.
-Max Patchett. Fue él quien mató a Kevin y a Keith.
-¿Y sobre el robo?
-No contaré nada más-dijo Mark mientras Warren le esposaba.
-No se preocupe-comentó Samuel, hallando una moneda de oro, ensangrentada. Cogió todas las monedas de oro esparcidas por el suelo-Las monedas hablan por sí solas.
-Oiga, primero me debe de pagar-intervino Olivia, señalando a Mark.
Warren decidió pagarla, sacando unos billetes de su bolsillo del pantalón. Olivia se lo agradeció.
Samuel y Warren salieron con el grueso Mark por la habitación hacía el pasillo en penumbra. Uno de los de la autoridad alumbró el entorno hasta las escaleras, donde se vía más claridad.
-Gracias Josh, haznos un favor: dile a uno de tus ayudantes que nos envíe las maletas de Mark-mandó Liverpool al dueño del establecimiento.
-Entendido-contestó Josh, cara de perro.
Los agentes de la autoridad cogieron sus sombreros. Mark pidió el suyo, que estaba dos ganchos más abajo. Los tres salieron por la puerta de vaivén hacía sus caballos.
Eran las cinco menos cuarto de la tarde cuando Warren y Samuel dejaban en otra celda de la oficina del sheriff al hermano de Keith. Mark miró con ira a Max Patchett, que en ese momento, estaba durmiendo la siesta. Mark no decidió encararse a Max por el miedo que le tenía. Samuel, tras cerrar la puerta de la celda, le preguntó a Mark.
-¿Has comido?
-Sí, no se preocupe, no tengo hambre-contestó Mark, despatarrándose sobre la pequeña cama del calabozo.
Samuel y Warren se separaron de las celdas, dirigiéndose a sus respectivas mesas. Samuel preguntó a Filton.
-¿Que hacemos ahora?
-Vigilarles hasta que llegue el relevo.
El calor apretó durante toda la tarde. Warren y Samuel tuvieron que parar de escribir informes para beber vasos de agua y descansar un poco, levantándose de sus respectivas sillas de madera. Tuvieron que abanicarse muchas veces con sus manos y limpiarse un poco el sudor de sus frentes para no morirse de calor. A eso de las ocho de la tarde apareció frente al umbral de la puerta principal de la oficina, la figura esbelta de Edward Richard.
-¿Y Félix Rodríguez?-preguntó Filton sin quitar los ojos de un informe que estaba escribiendo.
-En las caballerizas. Enfadado como siempre-contestó Richard entrando al local.
-¿Puedes vigilar a los dos reclusos del calabozo?-pidió Warren, acariciándose su mentón barbudo.
-Sí. Claro.
-¿Quieres algo de cenar?
-No. Shonda me va a traer algo-contestó Edward, sentándose frente a Filton.
-Gracias tío.
Warren y Samuel se despidieron de Edward, saliendo de la oficina del sheriff. La temperatura había bajado unos cuantos grados, pudiéndose estar en la calle. El aire que corría, hacía que estos estuviesen en manga corta. Ambos hombres pasearon sin prisa hacia el saloom de Jack Lemond. El local estaba bastante animado de gente. Warren y Samuel se acercaron a la barra y pidieron dos jarras de cervezas.
-Relájate hombre. Edward sabrá vigilarlos-bromeó Filton mientras pegaba un sorbo a su bebida.
-No, no es eso.
-Ya, echas de menos a tu familia-comentó Filton serio.
-Sí. Ellos están en Georgia y ojalá les pudiese ver más-contestó tristemente Samuel, acariciándose su mostacho.
-¿Y desde hace cuanto que nos lo ves?
-Desde Navidades. ¿Por?
-¿Qué te parece, si cuando venga la diligencia a llevarse a los reclusos, te tomas unas semanas para visitar a tu familia?-propuso Filton.
-¿En serio?
-Sí, mañana enviaré un telegrama a la prisión de Two Guns, para que venga a recoger a los reclusos.
-Gracias tío-contestó con una sonrisa Samuel.
***
Afuera, en el umbral de la puerta principal de la oficina del sheriff, estaba Edward Richard, esperando a que viniese Madison Murphy y su mujer Andrea para firmar unos documentos y declarar que el revólver en forma de anillo con el nombre inscrito de Andrea, era suyo. Era la misma arma con la que Jonathan Dallas se había disparado.
La brisa que corría a las ocho y media, hacía que Edward se refrescara un poco. A lo lejos, vio a su mujer Shonda Williams, viendo como su melena morena larga se movía de un lado a otro. Edward le gustaba mucho ese movimiento. Cuando llegó Shonda a la oficina, besó a su marido y le preguntó.
-¿Que tal caballero?-dijo, con una sonrisa en su precioso rostro.
-Muy bien. Aquí, esperando a que vengan a firmar una pareja unos documentos-contestó Edward, acariciándole el cabello moreno.
-Te he traído la cena- comentó Shonda, enseñándole una bolsa pequeña de cartón, con una mancha de grasa a ambos lados.
-¿Que es?-preguntó él, oliendo el contenido de la bolsa.
-Dos bocatas de carne. ¿Cenamos?-preguntó ella, enarcando las cejas.
La pareja se dio otro beso y pasaron al interior de la oficina del sheriff. Tanto Max Patchett como Kevin estaban durmiendo la mona de lo cansados que estaban. Shonda puso en la mesa de madera de Edward la comida. Abrió la bolsa y sacó con cuidado los bocadillos.
-Aquí tienes-dijo Shonda dándole su bocadillo-¿Quiénes son?-preguntó, mirando a los reclusos dormir.
-Son los sospechosos que han dado una paliza horrible a una pareja que fue testigo de un asesinato de un truhán-explicó Edward mientras daba el primer bocado a la comida.
-¿Ah?, lo he oído por el pueblo esas noticias. O sea que esos tipos fueron los que asaltaron a esa pareja, ¿no?
-Así es. Mañana llega un transporte para llevárselo de aquí.
-¿Y tienes que hacer turno de noche?-preguntó ella poniendo un puchero.
-Eso parece. Lo siento mucho- dijo él, besándola en sus gruesos labios.
La pareja se volvió a achuchar mientras Félix Rodríguez entraba por la puerta principal y veía la escena. Puso cara de asco. El sudor que Félix desprendía, hizo que la pareja dejase de achuchar. Los ojos de Shonda miraron con desagrado a Félix.
-¿Quién es?-preguntó ella a Edward.
-Nuestro nuevo ayudante. Warren le contrató ayer-contestó el preguntado con gracia.
Félix Rodríguez se enamoró de Shonda Williams de repente. Lo que más le gustó de ella fue la forma de moverse y sus ojos de color avellana. La cara de ingenuo de Félix era de sorpresa y de tonto. Eso hizo que la pareja se riese un poco de él por dentro.
-Me... me llamo... Fé... Félix-dijo mientras la intentaba dar un beso en la mejilla de Shonda.
Esta se apartó y le previno a Félix.
-¡Eh!, no te acerques a mí con esas pintas.
-De acuerdo, me voy a duchar. ¿Puedo irme?-dijo Félix, mirando a Edward.
Edward hizo un gesto para que Félix se fuese del establecimiento. Félix se fue de la oficina del sheriff. La pareja se dio cuenta de que a Félix le pasaba algo, algo raro. Shonda vio como Edward zampaba la cena y le gustaba. La mujer terminó rápido de comer su bocadillo de carne.
-¿Son de Jack Lemond?-preguntó Edward, limpiándose con una servilleta.
-Así es.
Tras terminar de comer, Shonda tiró a una basura el papel de cartón. Ella cruzó el umbral de la puerta, yéndose a su casa. Edward Richard la siguió hasta el umbral de la puerta, viendo como se iba. Le gustaba los andares de su mujer. Volvió para adentro, a vigilar a los reclusos.
***
Eran las dos y cuarto de la mañana cuando Edward Richard terminó de hacer el inventario del equipaje de Mark, el hermano del difunto Kevin. Lo único interesante que halló fue las monedas de oro que encontró Samuel en el saloom de Josh Wincott. Todas las pruebas las guardó en un cajón con llave. Estaba cansado, agotado. Se acarició su pelo canoso y decidió cerrar un poco los ojos, dado a que los reclusos estaban encerrados en celdas. Se sentó en su silla y acomodó su espalda. Durmió un buen rato.
A eso de las cinco menos cuarto de la mañana cuando Edward oyó un sonido. Pensó que sería su imaginación, pero luego escuchó otro golpe.
-¡¿Hay alguien ahí?!-preguntó, mirando a los alrededores de la oficina.
Nadie respondió. Ningún sonido. Decidió investigar. Por eso, se levantó de su silla y tomó con una mano su revólver y con la otra, la lámpara de queroseno encendida. Fue avanzando muy despacio hacía las celdas. Estaba con el pulso acelerado mientras alumbraba los calabozos. Mark gruñó un poco y siguió durmiendo. Iluminó hacia donde estaba Max Patchett. Alumbró hacia su litera. No lo vio.
-¿Max?-dijo Edward mientras buscaba la llave de la celda.
La halló y la metió en la cerradura. La abrió y entró en el interior. Alumbró al interior de la celda. Nada.
-¿Hay alguien ahí?
En ese momento, Edward se dio la vuelta, mirando hacia la puerta y vio al espigado Max Patchett. Este golpeó con un trozo de madera a Edward. El rostro de Edward quedó magullado tras varios golpes que le asestó Max. El lisiado quedó tumbado en el suelo. Max cogió la lámpara de queroseno tirada en el polvoriento suelo.
Patchett cogió el revólver de Edward y alumbró a Mark. El grueso Mark pegó un respingo en la cama y miró asustado a Max. El tirador enseñó sus dientes guarros mientras se acariciaba su barba de tres días rubia y canosa.
-¿Donde está el oro?
-No lo sé. Por favor no lo hagas-respondió Mark con miedo mientras subía las manos en forma de rendición.
-Lo siento-dijo Max mientras baleaba al grueso Mark.
Mark murió enseguida. No oyó ningún sonido en el exterior. Los ojos azul claro contemplaron el cuerpo sin vida de Mark. Pensó en dejar con vida a Edward Richard para que la autoridad tuviera un sospechoso. Cogió las llaves del cinturón de Edward. Fue hacia las mesas del sheriff y de sus ayudantes. Registró los cajones de dos mesas para hallar el oro que había robado Mark. Nada.
Fue a los dos últimos cajones de la mesa de Edward Richard. Ambos estaban cerrados con llave. Cuando fue a probar cada llave para abrir los cajones, oyó pasos cerca de la oficina del sheriff. Max Patchett dejó de buscar y salió por la puerta principal. Corrió hacia los establos con rapidez, queriendo hallar su caballo marrón. Encontró a su corcel atado a un palo. Lo desató y salió corriendo como alma que lleva el diablo de las caballerizas. Huyó de Villa Rocosa.
***
Eran las ocho de la mañana. La fría brisa entraba por la puerta de la oficina del sheriff. Edward Richard se acarició su golpe que tenía en la cabeza. Un hilillo de sangre le caía sobre el canoso cabello. José Sánchez, el doctor, se la limpió echando agua por la cabeza y secándolo con un trapo viejo. El sheriff se sentó frente a él y le preguntó.
-¿Que ha pasado?
-Fui a la celda de Max Patchett porque oí un ruido. Él me atacó y seguramente disparó a Mark...
-Con tu revólver-intervino Samuel señalando a Edward, que estaba al lado del cadáver de Mark.
Se lo lanzó a su dueño. Este lo cogió al vuelo. Warren Filton miró a su alrededor, viendo como un grupo de gente recolocaba los objetos desordenados de la oficina. Filton ayudó. Cogió unas llaves del suelo. Se fijó que eran de Edward. Se las lanzó, este las cogió al vuelo.
-Creo que son de los calabozos y los diferentes cajones de las mesas-aseguró Richard.
-Déjame comprobar una cosa-dijo Filton, mirando los últimos cajones de la mesa de Edward Richard.
Los abrió. Allí estaban varias bolsas de tela, llenas de oro. Era la parte que tenían los compinches de Max Patchett. Estaban todas las bolsas, menos la de Patchett. Shonda William fue como alma que lleva el diablo al de su marido. Le besó en sus mejillas y le rodeó con sus brazos para abrazarlo.
-¿Qué pasa?-preguntaron Liverpool y Richard, mirando con inquietud.
-Max no cogió la recompensa de sus compinches, ¿por qué?
-Los vecinos que me hallaron, dijeron que oyeron ruidos antes de que entrasen en la oficina. Parece ser que vieron a una persona que se parecía a Max Patechett.
-De ahí a que se fuese a toda velocidad-dijo Samuel.
-Miedo-dedujo Warren.
El sheriff reconstruyó lo que debió pasar en su cabeza: Max deja inconsciente a Edward, asesina a Mark con el revólver de Edward Richard y empieza a revolver la oficina para hallar el oro. Al oír ruidos en la calle, huyó.
-Samuel, vamos al saloom de Jack Lemond para ver si esta allí-ordenó Warren mientras se levantaba e iba junto a su compañero a afuera de la oficina.
***
Trotaron hasta el saloom de Jack Lemond a toda velocidad. El sol les daba en sus rostros. Estos se lo taparon con la visera del sombrero para que no le dieran en los ojos. Ataron sus corceles a un palo de madera y entraron en el local. Hacía un calor infernal, aunque corría un poco la brisa. Poca clientela. Warren Filton vio a Jack en la barra. Se acercaron y preguntaron desesperados.
-¿Has visto a Max Patchett?
-Se acaba de ir-contestó el mejicano acariciándose su bigote grueso.
-¿Se lo ha llevado todo?
-Bueno, le he visto con unas maletas hace unas horas-respondió Jack.
-¿Hace cuanto?
-No lo sé. Puede que una hora, o dos.
Lemond les dio una llave a Filton y a Liverpool. Abrieron dicha puerta y entraron en el cuarto. Lo registraron, estaba limpia, dedujeron que huyó con su parte.
***
Félix Rodríguez llegó a la oficina cuando ya la habían ordenado. Eran las once de la mañana. Rodríguez miró la cara de mala leche de Edward y dedujo que estaba enfadado con él. No había nadie más.
-¿Dónde demonios estabas?-preguntó Edward cabreado.
-Me he dormido-se excusó Félix con miedo.
-Ayúdame con...-dijo Edward mientras veía a Madison Murphy y a su mujer Andrea entrar a la oficina.
Ambos iban arreglados. El marido tenía un rostro de mala uva. Sus rasgos se tensaron mientras escupía barbaridades.
-¡Denme el anillo de mi mujer, ahora mismo!-gruñó Madison.
Madison dio un golpe contra la mesa de madera de Edward. Los demás se asustaron mientras Murphy continuaba regañando.
-¡Y quiero que hallen a los truhanes que nos robo el anillo!
-Eso va a ser imposible.-explicó Edward mientras se repeinaba su cabello canoso.
-¡¿Imposible? ¿porqué? ¿porqué?!-gritó Madison, echando el aliento que le olía a tarta de nueces.
-Vera...
En ese momento, los ojos azules de Madison Murphy miraron fijamente a los demás mientras se tocaba con una de sus gruesas manos sucias, el corazón.
-Mi co.. mi co...-tartamudeó mientras caía al suelo.
Madison murió enseguida. Edward y Félix rodearon el cuerpo de la víctima, intentando reanimarla. No encontraron el pulso. Richard ordenó a Rodríguez y a la mujer de Murphy, Andrea, que avisaran al doctor.
***
José Sánchez analizó al difunto Madison Murphy mientras Andrea, la mujer del muerto, Edward Richard y Félix Rodríguez le rodeaban, formando un circulo pequeño. Lo analizó con el estetoscopio. Se fijó en las comisuras de los labios: tenía pequeños trozos de pastel de nuez, al igual que entre los dientes. Halló un par de puros y una pequeña botella con medio whisky en uno de los bolsillos, en su traje oscuro. Sánchez preguntó a Andrea, contemplando su esbelta figura morena.
-¿Que tomó en la última hora?-preguntó, ajustándose sus gafas de culo de botella.
-Comimos un pastel de nueces y se tomó un par de copas de whisky.
-¿Comía, bebía y fumaba habitualmente?-preguntó Sánchez.
-Si-respondió Andrea.
-La bebida, los puros y el alcohol le pasaron factura-dedujo José.
-Caso cerrado-dijo Edward, dándole el revólver en forma de anillo a la preciosa Andrea.
Esta le sonrió, aunque tenía el rostro mustio, quedándose con el objeto en cuestión.
-Siento lo de su marido-dijo Edward, acariciando el hombro de Andrea.
La oficina del sheriff se empezó a llenar de curiosos. Ayudaron al doctor a levantar el cuerpo de Madison Murphy. Se lo llevaron. Un rato después entró el sheriff junto a su nueva vecina, Jessica Flanders. Ambos vieron salir al difunto en una camilla de madera. Jessica y Warren pasaron al despacho de Filton. Este entornó su puerta y la preguntó.
-¿Qué ocurre?
Esta sacó de su bolso que llevaba colgado al hombro, unas fotos en blanco y negro donde salía Warren y Samantha juntos, delante del porche de la casa de ella.
-He encontrado estas fotos encima de una mesa y he pensado en traérselas.
-Gracias-contestó apenado el sheriff, cogiendo las fotos.
Las ojeó con mucha atención, recordando esos momentos. Se le cayó varias lágrimas. Jessica se fijó. Este se las secó con el antebrazo. Tras eso, Filton dijo.
-Esta fue la primera vez que nos hicimos una foto-comentó, enseñándole una de las fotos a Flanders.
Esta hizo una mueca y se fijó como él ponía las fotos en su mesa. Sabía que estaba triste y que la echaba de menos. Jessica le preguntó.
-¿Que le pasó?
-Murió en Illinois. Ella quería encontrar al asesino de sus amigas y se fue para su ciudad natal para hallarlo. Ojala la hubiese salvado-pensó en Antonio Romero, el asesino que mató a Samantha Illinois, enfureciéndose por dentro.
-¿Que ocurrió con ese truhán?
-Me fui a Illinois para ayudar al sheriff local a encontrarlo-contestó triste.
Jessica se fue al umbral de la puerta, abriéndola un poco más.
-No fue su culpa. Detuvo a ese canalla-dijo Jessica, deteniéndose en la puerta.
***
Un tiempo después, la cara de Max Patchett fue puesta en distintos pasquines y repartidos por distintos estados. Warren Filton escribió en los distintos telegramas que había enviado a los estados, que si le encontraba, le avisaran.
Eran las cinco y media de la tarde, en un rancho, alejado de Tombstone, se hallaba un hombre cavando una tumba donde estaba enterrando un cuerpo. Se repeinó su pelo grasiento rubio mientras tomaba un pequeño descanso. Max Patchett había adelgazado un poco, le había crecido un poco más su canosa barba rubia. Mató al dueño del rancho porque le reconoció en un pasquín. Se refugió en la casa. Estaba metido en el agujero cuadrado.
Aquel día, a las cinco de la tarde, apareció Irma Dallas en el rancho, con su cuerpo grueso, envuelto con un traje de criada. Caminó despacio y sin hacer demasiado ruido hacía Patchett. Esta estaba detrás de Max, fuera del agujero. Gritó enfurecida, sosteniendo una pala, en posición de ataque.
-Max-gritó ella.
-¡¿Qué?!-preguntó él mientras se giraba hacía su oponente.
Ella miró su rostro sucio y sudoroso mientras le arreaba con ira, un palazo en la cabeza.
-Esto es por mi marido Keith-dijo, mirando el cuerpo desplomado de Max Patchett.
Este empezó a sangrar por la boca, formando un charco alrededor suyo.
FIN