7x04:Caso antiguo
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Pasa un tiempo desde que se resuelve el caso del brote en el saloom de John Kruger.
José Sánchez vuelve a Villa Rocosa tras pasar un tiempo fuera. Tras trotar una largo trayecto, va a su consulta y la ventila porque huele a cerrado el lugar. Cierra y se sienta en su sillón, frente a su escritorio limpio. Mira con detenimiento la foto donde sale él junto a su difunta esposa. Fue asesinada salvajemente hace tiempo en el estado de Misisipi. El caso sigue abierto dado que no hallaron a los culpables (La tijera y sus discípulos). José ha engordado un poco, pero aún así lleva trajes elegantes.
Este se quita sus gafas de culo de botella y llora unos minutos a solas. Aún no ha visto a nadie del pueblo, ni siquiera al dueño del saloom donde tiene su consulta, Jack Lemond. El barman hace ya horas que se ha ido a descansar. Es una noche cerrada y muy tarde, casi la una de la mañana. El doctor se echa una siesta en su sillón.
Mientras, en las inmediaciones del saloom de John Kruger, Nuria Fernández está caminando por un callejón, dando paseos cortos desde la calle al establecimiento de John Kruger, teniendo cuidado de que no le saliera nadie. Es un poco temerosa, pero siempre camina por donde hay luz. Ella espera a Warren Filton, que está hablando con John dentro de su bar. En uno de esos paseos cortos, Nuria pega un grito al ver un cuerpo sin vida en uno de los callejones por donde ella pasea. El chillido hace que John Kruger y Warren Filton vean a la difunta. El sheriff abraza a su vecina y la tranquiliza.
Más tarde, José Sánchez, con ojeras, acude al escenario del crimen. Analiza la causa de la muerte. La joven es rubia, de cabello largo, algo gruesa, pero agraciada de rostro. Vestimenta elegante. La víctima es identificada como Sierra por su compañera Seidy. Esta última es una mujer también joven y morena. Más preciosa que Sierra. Es mejicana. Seidy es interrogada por Warren, Samuel y Edward para saber que ha visto. Mientras, José ve una marca entre tanta puñalada en el torso de Sierra de una tijera ensangrentada y piensan que han sido los mismos asesinos que mataron a su mujer en Misisipi.
Warren y Edward, al ver a José tan callado, mirando a la difunta Sierra, se acercan a él y Filton se percata al ver la marca de la tijera sangrienta que los criminales de esa joven pueden haber sido también los responsables de la muerte de la mujer del doctor.
-Puede que no sean los mismos.-dijo Warren a José al ver que el galeno no aparta la vista de la marca.
-Ojalá. Pero creo que han sido los mismos.-responde el doctor apretando los puños.
-La ira nunca es buena, doc.
-Ya.
-Escucha, ¿por qué tras llamar al enterrador, y que se lleven a la joven, te marchas a casa y descansas un poco?
-¿Puedes hacerme un favor, Warren?-pregunta, conteniendo las lágrimas.
-¿Cuál?
-Mantenme informado. Los dos.
Y sin más, se pone en pie con algo de dificultad. Mira al sheriff y a su ayudante y les comenta seriamente.
-No quiero que me deis la espalda en este caso. Tengo la teoría de que quien mató a esta pobre, fue el asesino de la tijera sangrienta. El mismo que mató a mi mujer en Missipi y no quiero que ese cabrón se te escape si tienes la oportunidad de cogerlo. Así que, matenedme informados, por favor.
-Haremos todo lo que esté en nuestra mano.-promete Warren.
-De acuerdo.
José Sánchez se va a informar al enterrador.
Warren y Edward vuelven al saloom de John Kruger y le interrogan. A él, a Nuria Fernández, y a unos cuantos testigos más acerca del suceso. Nuria lo niega. John comenta que Sierra se registró junto a Seidy en una habitación del local, la número cuatro. Vuelven a hablar con Seidy en su cuarto. La otra, con ropa de irse a dormir, y cansada, contesta a las preguntas de los hombres de la autoridad. La habitación está poco iluminada y ven por el desorden, que la joven está derrotada y aún en shock por haber perdido a su amiga, así que procuran ser breves. Seidy les aclara que ella pudo haber visto a los asesinos de su compañera desde la ventana y no hizo nada. Se los describe. Los otros dos hacen un boceto y se lo agradecen a la mujer. La dejan que descansen. Se sorprenden porque son dos asesinos, en lugar de uno. Mientras, en el callejón donde ha ocurrido el crimen, Samuel halla un fular cerca de donde se ha hallado a Sierra, que ya se le han llevado al cementerio, un fular con las iniciales V.B.
Por otra parte, en la consulta médica de José, a las tantas de la noche, este atiende a un joven negro y calvo. Fornido, de ojos claros y grande como un armario. Este se llama Vicellous y se ha hecho un corte grande en el brazo. El galeno lo desinfecta y le pone vendaje. Nada más vendarlo, entra una negra veinteañera, de la misma edad que Vicellous. Muy agraciada de rostro. Tiene el pelo peinado de rasta. Ella se llama Indigo. Viste con elegancia, al contrario que el chico, que va con ropa andrajosa. José saluda a Indigo cuando la otra, sin hacer caso al galeno, tira del hombro a su novio y se lleva a Vicellous de la sala, llamándole idiota. José los escucha y cuando esta solo en la estancia, hace una mueca pensando en que pareja es esta. Por lo menos está distraído, piensa Sánchez, aunque cansado. Por otra parte, Warren envía unos telegramas a diversos estados, incluido el de Misisipi. Vuelve a su casa donde le está esperando Nuria, ya dormida. Estando en su morada, entra en silencio y va caminando hacia su cama, donde ve a su vecina dormida profundamente. Se tumba al lado suyo, dándole un beso en el rostro.
Por otra parte, José sale a la calle y se para en la entrada del saloom de Jack Lemond para fumarse una pipa de opio. Sean Lambert sale de un local cercano al del galeno, algo borracho, para tomar el aire. Le saluda gritando. Sánchez no dice nada. Lambert se extraña. Este último, aunque seguía joven, pero los años ya le pesan. A engordado un poco por el alcohol y apuesta menos a la cartas, aunque con su buen porte, sigue siendo un mujeriego y engañando a Brittany, su mujer. Sean vuelve al sitio del que ha salido zigzagueando. José camina a su solitaria casa de un piso en esta noche despejada. Echa de menos los buenos momentos con su mujer. A la mañana siguiente, bien temprano, John Kruger halla en la entrada de su saloom el cuerpo sin vida de Seidy. Ella está con el mismo camisón con el que se fue a dormir. Kruger, hace que una pareja vaya a llamar a las autoridades. Pasan unos minutos hasta que José viene cabalgando hacia el escenario del crimen. Desmonta de su animal. El doctor, sin haber desayunado todavía y con bolsas de cansancio bajo sus ojos, echa un primer vistazo a la difunta Seidy. Mientras, no lejos de allí, en un callejón, Kevin Notherland, que vuelve de comprar provisiones para la herrería, halla sin vida a un varón. La víctima es un hombre maduro, mejicano y de piel aceitunada. Con un poco de barba morena, del mismo color que su cabello. Está algo grueso. El herrero va a buscar al sheriff. Pasa un buen rato hasta que José echa un primer vistazo a ambas víctimas (Seidy y el desconocido mejicano identificado como Omar por unos cuantos clientes de un saloom, el último lugar en el que fue visto). Sánchez piensa al ver las mismas marcas en Seidy y en Sierra, que el hombre lo mató la misma persona, el asesino conocido como 'la tijera sangrienta' usa su instrumento habitual para matar a sus víctimas salvajemente. El sheriff y sus ayudantes le dicen al doctor que cabe la posibilidad de que sean dos criminales en lugar de uno. José ni se inmuta. Warren duda ante eso. Hay una testigo del crimen de Omar con la cual hablan el sheriff y sus ayudantes. La mujer no tiene más de treinta años. Esbelta, morena de cabello y con unos ojos que llaman la atención. De origen asiático, y unos labios pintados de rojo que a Warren le gusta. Lleva una ropa elegante, pero ensangrentada. Ella les dice que se llama Victoria Bo y que se manchó las prendas, intentando ayudar a Omar, que estaba desangrándose. Samuel y Warren sospechan de ella al ver unas marcas en ambas manos. La preguntan y ella responde rápido. Los otros no se lo creen. También los hombres de la autoridad quieren averiguar con quien está alojada y dónde. Victoria responde que sola y un saloom de un mejicano bigotudo del cual no sabe el nombre. Tanto Filton, como Liverpool intuyen quien puede ser. Se van. Al rato, Jack Lemmond confirma que aquella belleza de origen asiático llamada Victoria está registrada en su saloom, pero no está sola. Ella viene acompañada por dos hombres más.
-Espera, ¿son estos?-pregunta Warren, enseñándole los bocetos de los asesinos identificados por la difunta Seidy.
-Sí.-responde Jack, con un palillo entre los dientes.
Ambos hombres de la autoridad se miran sorprendidos y luego vuelven a mirar al barman.
-¿Están aquí estos hombres?-sigue Filton.
-No, de hecho no. Los tres inquilinos se habían ido cuando yo limpiaba las habitaciones.
-¿Sus equipajes siguen aquí?
Jack afirma con la cabeza.
Los otros dos salen del saloom como alma que lleva el diablo porque piensan que José Sánchez va a matarlos por el crimen de su mujer en Misisipi. Se reúnen con Edward, que ha ido a recoger unos telegramas de respuesta en relación al asesino de la tijera sangrienta, cuando le informan de lo sucedido. Piensan en el por qué asesinaron a las víctimas y Filton responde cuando lee los documentos deprisa y no ver conexión entre las víctimas salvo la amistad entre Seidy y Sierra, que lo hicieron por placer. Mataron a un total de veintisiete personas en diferentes estados. En ese momento, aparece Sean Lambert y declara escuchar unos gritos en un callejón que hay detrás del banco Cienfuentes, lugar de trabajo de Lambert. Dice haber visto a José Sánchez con un revólver en ristre y con intención de usarlo, apuntando a dos hombres. Los hombres de la autoridad junto al banquero van allí a toda velocidad y ven la situación. Los tipos de la ley desenfundan los revólveres y le piden al doctor que se tranquilizase. Dicho hombre está con su revólver a dos tipos. Se parecen mucho a los del boceto. Uno de ellos está herido por una bala que le ha disparado
el galeno en la pierna. El otro le está ayudando a mantenerse en pie.
-Son ellos, chicos.-asegura José nervioso.
-Doc, esto no te va ayudar en nada.-asegura Warren, acercándose al médico que está de espaldas a él.
El otro gira la cabeza y sigue diciendo.
-Son ellos, los hijos de puta que mataron a mi mujer.
-¿Y cómo se llaman?
-Roberto y Daniel.
-De acuerdo. Voy a detenerlos, pero primero necesito que bajes el revólver, ¿entendido?
José está nervioso. Aún con el dedo en martillo del revólver, piensa en su esposa difunta y luego mira a los asesinos de su mujer. Al final baja el arma al suelo y Warren detiene a los criminales. Roberto es un tipo delgado y fornido. Todo su cuerpo lleno de dibujos. Calvo y con una mirada penetrante. Su compañero herido es Daniel. Este último es un poco más joven que Roberto, con el pelo pincho moreno, al igual que su barba de hace semanas. Ambos llevan ropas andrajosas. Son detenidos y llevados a la oficina del sheriff. El galeno contiene su rabia y eso hace que se le escape una lágrima mientras mira al suelo. Se limpia la gota mientras sorbe por la nariz. Aclara los cristales de sus gafas de culo de botella antes de ponerse totalmente recto. Pasa un buen rato hasta que ambos hombres traicionan a su tercer compinche.
Más tarde, Victoria Bo, con un traje chillón, pero a la vez elegante, pide permiso a Sam Liverpool para fumar en pipa en la sala de interrogatorios de la oficina del sheriff su pipa, el otro le da permiso. El hombre pone un pie en una silla y mira fijamente a Victoria, que está de frente. Sin más titubeo, deja sobre la única mesa de madera del cuarto unos documentos que son los telegramas de respuesta de otros estados y suspira. La pregunta.
-¿Eran necesarias tantas muertes?-continua, dejando tres tijeras ensangrentadas y el fular de ella que hallan en el escenario del crimen de Sierra.
La otra le desafía con la mirada. Al rato contesta mirando por unos pocos segundos las pruebas que tienen contra ella.
-Sabe, cuando tenía ocho años, maté a una persona. Y cuando el sheriff lo investigó, hizo que me sentase en una silla y me preguntó, como hace usted ahora mismo, qué había visto. Nunca se percataron de que pudiera haber sido yo.-sonríe.-Nunca encontraron al responsable, claro.
-¿Y cómo entraron Daniel y Roberto en todo esto?
-Ambos harían cualquier cosa por mí. Nos criamos juntos.
-¿Hasta matar?
Ella da una bocanada y sopla el humo de la pipa.
-Hasta eso. En realidad los tres lo hicimos, matar a esa persona con unas tijeras. Sabe, fue una sensación diferente. Y me gustó. En realidad, a los tres nos gustó.
-Y siguieron matando, ¿no?
Victoria no contesta.
-Veintisiete personas asesinadas en sus casas y en callejones. Personas que perdieron sus vidas. Sin conexión aparente, salvo las marcas de las tijeras ensangrentadas en su torso. Una de ellas era la esposa de un amigo mío.
-Y hubiéramos seguido si no nos llegan a coger. Nunca hubo testigos.
-En realidad hubo un par de testigos que si les vieron cometer esos atroces crímenes, y aún siguen vivos. Y he de añadir, que gracias a ellos, detuvimos a sus compinches. Pero ¿Por qué tantas muertes? ¿Que sintieron a la hora de ver los rostros de horror de aquellas personas antes de arrancarles la vida?-quiso saber Sam, acercándose más a Victoria.
-Placer. El miedo hace que las personas duden si están a salvo en sus casas cuando son atacadas sin previo aviso. Sin defensa alguna.
-¿Mereció la pena?
-Yo me crié en las calles, al igual que Roberto y Daniel…
-No me ha contestado, ¿mereció la pena?
Victoria no contesta. Se queda en silencio, sabiendo que la soga le espera, al igual que sus amantes.