8x09:Trafico de drogas

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Tras resolver los dos casos, Warren Filton y Samuel Liverpool estuvieron mucho tiempo en sus respectivas camas, siendo atendidos cada uno por las personas que más le querían, por la gripe que cogieron. En el caso de Filton, estaba siendo cuidado por su novia/ futura mujer, Nuria Fernández, y por la criada de él, Juana Reyes. Este pasó tiempo en su casa sin poder moverse. A Liverpool le cuidaron sus hijos (Emily y Keegan). La autoridad del sheriff la obtuvo Edward Richards. Este último sabía que era algo temporal ser el sheriff de Villa Rocosa. Sabría que cuando volviera Filton, le iba a reclamar su placa, pero eso a él no le importaba. Estaba a gusto. Durante los siguientes tres meses siguientes a enero, Richards, junto al ayudante James, resolvieron alguna que otro caso de menor importancia como pequeños robos. Riñas entre vecinos para ver quién llevaba la razón sobre alguna que otra disputa. Pequeños robos en comercios. James, no parándose de quejar de este trabajo tan esclavo, pensó en irse de Villa Rocosa, pero su mujer Katie, le advirtió de que antes buscase algo mejor en otro sitio si quería dejar las funciones de ser ayudante. Si no, se separaría de él. James, aceptó. A principios de mayo, Warren volvió a ser de nuevo el sheriff. Samuel regresó a su puesto una semana después de que se reincorporara Filton.

Primer caso.

Es una noche tranquila de mayo, despejada de nubes. Hace una temperatura agradable. James, junto a Edward Richards, subidos a sus caballos, hallan en un patio pequeño de hierba seca, y muchos cactus, a un hombre joven caído al lado de un cactus. Con el pelo moreno corto y ropa andrajosa. Tiene un montón de espinas clavadas en su piel y tiene quemaduras en su cuerpo. Ven que hay una mancha de sangre debajo de la cabeza y se fijan que se golpeó con una roca de tamaño mediano, al ver también sangre en la piedra. Se percatan de que cerca del difunto, hay un rifle, con un casquillo al lado. Edward identifica a la víctima como John, un hombre rico y engreído. Es un solitario que su familia ya había muerto hace tiempo. No está casado, ni hijos tampoco. Richards piensa que como él había sido mala persona con los que le rodeaban por las cosas que comentaba la gente en los saloom de Villa Rocosa, la vida le había puesto en su sitio de una forma traumática. Desmontan de sus animales para analizar el escenario, sin ver nada que sugiriera que fuera un crimen. No hay pisadas alrededor, más que la de los tipos de los hombres de la autoridad. Piensan que disparó contra unos barriles de dinamita, que este pone en el porche de su casa. El fuego ya lo habían apagado antes los vecinos de John. Tras la extinción del fuego, fueron a avisar a Richards. Edward y James, ven a Dick East desmontar su caballo y unirse a la investigación. El galeno echa un vistazo a la víctima calcinada, y ve varias espinas del cactus que hay detrás de ellos, clavadas en la nuca de John. Piensa que ese hombre, hijo de un terrateniente rico, que le dejó su herencia a John, y que este no tardó en fundírsela, estaba loco al disparar a unos barriles llenos de dinamita, quemando su casa. James, curioso, pregunta.

-¿Y cómo murió?

-Mi teoría, es imbécil. John disparó a esos barriles llenos de dinamita, para luego acabar muerto debajo de un cactus. Hay muchas maneras de morir, ¿por qué elegir la más absurda?-comenta Edward.

Los otros sueltan una sonrisa.

-Bueno, el disparo que realizó hizo que estallara en los barriles y la onda expansiva hizo que el cuerpo chocase contra el cactus.

-Pero si se clavó las espinas en la nuca, ¿cómo acabó golpeándose contra una roca?-quiso saber James.

-La física. Me imagino que tras golpearse contra el cáctus y tener quemaduras en casi todo el cuerpo, no calculó bien y se tropezó, dándose un golpe fatal que le quitó la vida.-determina Dick, acariciándose el mostacho blanco acicalado.

-Ahora la pregunta es, ¿por qué hizo semejante locura?-quiere saber Edward, algo inquieto, dado que no comprende las cosas inútiles.

Los dos hombres de la autoridad, tras ayudar a meter en un carro que ha traído el galeno desde el pueblo, para transportar el cuerpo al cementerio, se despiden de Dick East, dejando el escenario del crimen y yéndose a la vivienda de al lado. Llaman a la puerta de una casa, igual de pequeña y de una sola planta. Parece coqueta y limpia. Del interior sale una joven, la cual James se queda prendado. Se le nota mucho por cómo la mira, con la boca abierta. Edward, carraspeó y el otro la cerró. Dicha mujer es atractiva, esbelta, con el cabello moreno hasta la cintura, bien vestida, aunque vaya con el camisón y parece india. Se presenta como Christina e invita a los tipos de la autoridad a entrar. En el salón bonito, James y Edward ven a un joven que se presenta como Shannon, el marido de Christina. Un tipo alto, parece que tiene menos edad de la que aparenta, pero en realidad tiene unos treinta, alto, fornido y con el pelo rapado. Va con una camisa de cuadros y unos pantalones de estar por casa. La pareja le explica a James y a Edward, que John necesitaba dinero por las veces que lo vociferaba, dado que se había gastado todo lo que heredó y pensó en explotar su vivienda, haciendo parecer que fue un accidente y así, cobrar el seguro. Richards, mosqueado, pregunta cómo saben que eso era realmente lo que pretendía John desde un primer momento, a lo que responde Shannon, que él se lo contó tras haberle invitado a su morada una tarde, hace una semana, y haber estado emborrachándose de whisky. Richards, le cree al ver que no tiene nada con lo que llevarle la contraria, dado que John está muerto. Piensa que al final, el engreído difunto, no era tan tonto como parecía y tenía un plan que al final no salió como él quiso.  

Segundo caso.

Unas horas antes de que Edward y James acudiesen al rancho de John, Warren Filton y Sam Liverpool, debajo de un porche de una casa, de un rancho, llaman a la puerta. En ese momento, escuchan ruidos en su interior y oyen un disparo. El sheriff junto a su ayudante, derriban la puerta de la morada y dan el alto a tres sujetos que están en el salón de la morada. Hay un pequeño tiroteo, donde los tres truhanes pierden la vida. Warren, pide a Sam que registre que registre el sitio mientras él identifica a los intrusos. Uno es un joven negro de cabello corto y fornido, el cual, gracias a unos pasquines que tiene en la mano el sheriff identifica como Harold. Otro es un hombre moreno, barbudo caucásico y el mayor del grupo de asaltantes. Más o menos los treinta y mucho. Al cual identifica como Dano. Y el último es de la edad de Harold, quizá más joven que él. Este es un joven delgado, de piel pálida y pelirrojo. Warren lo identifica como Dylan. Aparte de los criminales, Filton se fija en el cuerpo que hay sentado en una de las sillas de la mesa del comedor. Se percata de que es John, el dueño del rancho. Este es un hombre, algo grueso y bien vestido. Con el pelo blanco alborotado y se le nota que le gusta fumar puros, por el que este tiene en el suelo. Filton piensa, al verle el tiro en el torso, que se debió caer al suelo después. Aún sigue encendido. El sheriff lo coge y lo deja sobre un cenicero que hay en la mesa. Lleva muerto hace poco porque aún no hay moscas revoloteando. Observa un rastro de sangre que continúa por una de las puertas que da a la cocina y va a seguirlo, cuando de repente, Liverpool le llama para que fuese a ver una cosa en una de los cuartos del hogar. Ambos hombres se sorprenden al ver un alijo de dinero en un lado de un escritorio grande, y al otro, un alijo de opio. Liverpool se percata de que falta una pequeña porción de opio.

-Ya sabemos lo que buscaban los asesinos casi consiguen llevarse la mercancía.-deduce Warren.

-Según el vecino de John y Beth, fueron los hombres de él, a los cuales hemos matado, los que traicionaron a su jefe. Escuchó el tiro y vino a avisarnos.-aclara Sam.

-Sí. Eso parece, ¿y dónde están Beth y su hija Rebecca?-se pregunta Warren mientras mira por una ventana del cuarto, hacia un establo, no lejos de la casa.-Vi un rastro de sangre en la puerta de la cocina. Mi teoría es que hirieron a alguien.-sigue observando por el cristal.-Bien, sigámoslo.

Los dos hombres siguen esa pista y escuchan la voz aguda de una mujer, llorando, tras una columna de los establos. Se acercan y ven que llora, abrazando el cuerpo sin vida de una joven. Beth es una mujer mayor, de la misma edad que John, unos treinta y muchos, con el pelo rubio corto, que le llega hasta los hombros y vestida blanco. Su ropa está manchada de sangre. Sangre que tiene su hija del tiro que le han pegado en el torso. Rebecca es la única hija de la pareja y es de rostro agraciado, como Beth. Unos veinte y con ropa rural. Su cabello castaño toca el rostro, empañado en lágrimas. La madre está llena de rabia y abatida al mismo tiempo. Se siente culpable de la muerte de su familia. Ambos hombres de la autoridad la consuelan. Tras eso, Warren pide al vecino que les ha dicho lo del robo, que vaya otra vez al pueblo y llamase al doctor José Sánchez. Más tarde, José Sánchez, tras ajustarse las gafas de culo de botella y echar un vistazo al cadáver de John, verifica que muere de un tiro. Warren y Samuel interrogan a Beth y ella no se acuerda de mucho sobre los negocios que hace su marido. Los otros sospechan, pero no pueden acusarla sin tener nada. Piensan en darle algo de tiempo para que se recupere del infierno que ha vivido. Lo único que les argumenta es que ella y el resto de la familia estaban comiendo junto a los hombres de John, cuando uno de ellos dice algo que no recuerda que es y tira a matar a su marido. Rebecca y ella intentan huir del lugar, pero la hija recibe un tiro por la espalda antes de salir a esconderse en los establos. Dano y Dennis las persiguen durante un corto tiempo. Tras no hallarlas, deciden volver dentro de la morada y robar el alijo. Los tipos de la autoridad confirman ambas cosas (que fueron cinco los que estaban cenando en la mesa y la herida de bala por detrás que tiene Rebecca).

Más tarde, tras cenar ambos hombres en un saloom, regresan a la oficina del sheriff y ven a dos hombres que se identifican como Dennis y Connor. Son Marshalés. El primero es un joven rubio, con el rostro afeitado, pare un bebe, alto, con el pelo engominado y elegante. Parece un tipo arrogante dado que es el que se presenta ante la autoridad y hace que conozca a su compañero. Connor es un hombre mayor, de unos cuarenta años. Con algunos kilos de más y de cabello blanco. Serio. Dennis, con tono arrogante, comenta el caso de John ante Warren y Sam. Saben a qué se dedica desde hace tiempo y que ha muerto. Deducen que los hombres de John fueron pagados por otra persona, tal vez la competencia, para que le traicionaron y así quitarle el negocio del opio. Dennis envía a su compañero Connor a que le enseñase toda la información a los de la autoridad mientras él va al baño. El Marshall ve, antes de salir de la oficina el alijo que han confiscado Warren y Sam de la finca de John. En ese momento, Liverpool nota algo extraño y ve que a Dennis se le cae algo de su chaqueta. Lo coge y lo huele. Piensa que es opio. Se lo enseña a Warren y ambos deducen que tanto Connor, como Dennis ocultan algo. En ese momento, ven acercarse a Beth por la puerta. Le preguntan, siendo amables con ella. La dan un poco de agua y le presentan a Connor. El sheriff y su ayudante observan por las miradas, que no se conocen. Beth recuerda lo que dijo uno de los matones de su marido: "Esto es ahora propiedad de Dennis". En ese momento, dicho Marshall vuelve a entrar por la puerta y se asusta cuando la mujer de John le reconoce como uno de los socios de su esposo. Echa a correr, pero le es inútil cuando Connor y Warren le atrapan. Más tarde, Dennis, en una sala pequeña de la oficina, se hace el rebelde, no acordándose de nada sobre que fuese el socio de John hasta Warren y Sam le enseñan las pruebas: unos gramos hallados en la chaqueta de él y que son los mismos que los hallado en el suelo de la oficina y a Beth, acusándolo de que era el socio de su marido. Furiosa por querer matarle tras escuchar las acusaciones que le hacen. Aparte, hallan en una de las prendas de uno de los matones, un papel arrugado, donde está escrito que el alijo de John ya había cambiado de manos, las de Dennis. Este, con gracia, pero al mismo tiempo muerto de miedo, confiesa que lo hizo por dinero. Que son negocios y que John ya era demasiado mayor para seguir al mando del negocio de las drogas. Denis piensa que no sobreviviría ninguno de la familia, solo los hombres de John, que se habían vendido a él.



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